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Martes 16/04/2024  

Una feminista en la cocina

Es la tercera

Ya la primera no quería ponérsela y tuve que darle coba fina para que cediera.

Publicado: 20/10/2021 ·
08:32
· Actualizado: 20/10/2021 · 09:55
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Ya la primera no quería ponérsela y tuve que darle coba fina para que cediera. Esta tercera vamos a ver cómo se lo toma porque algunas personas mayores dan vuelta de pescadilla y se convierten en adolescentes con síndrome de emperador. No es grato ver una torre desmenuzarse en la arena con la que se conformaron sus vigas.      

Vacuna Covid-19.

 No lo es hacerte tú mismo mayor, porque sin que lo notes se te arruga el alma como las yemas de los dedos en un baño infinito de espuma. La vejez tiene sorna y pedorretas sociales. No somos japoneses, ni reverenciamos a nuestros mayores, excepción hecha de aquellos que se nos clavaron muy dentro. Por lo general este mundo es aséptico y solo cuando cayeron por el covid en sus geriátricos destapados a la realidad, vimos todos cómo se moría en nuestra manta sacra. Nadie se echó las manos a la cabeza, ni nos escanciamos en lamentos griegos sino que miramos para otra parte porque el “aquí” y el “ahora” siempre se impone. Tampoco nos remangamos cuando se morían solos en sus casas, los muchos que vivían ese día a día apartados; Unos porque les daba la gana, otros porque nadie quería llevárselos como medallita del Carmen colgada al cuello. Es verdad lo que dice mi amiga Mariló de que algunos nos quedaron garbados  a fuego, pero los más se nos diluyen por el retrete del pensamiento. No hay telediario que no se vista con volcanes embravecidos y gente contando sus pérdidas.

No hay noche que el sexo, la traición o el olvidarnos de todo no nos haga dormir a ratos. No hay nadie que esté tranquilo en esta vida sin que un rebuznante le esté dando cazalla. Por eso mi padre se pondrá la tercera cuando disponga Sanidad. Supongo que también me la pondré yo  y mi amiga Mariló y su reina que vive con ella en sus ochenta y muchos esplendidos y corridos años, echándole cara a todo lo que le venga. Porque somos comedoras de carne de grulla y vivimos para volvernos majaretas y perder el sentido de la vergüenza, de la contención y de las buenas maneras. Quizás, por eso nos quieran o nos dejen solos morir entre cuatro paredes humedecidas por los recuerdos de los que se fueron. No es la apatía otoñal, es la existencia que me seca la boca y me disgrega la mirada. Puede que la tercera no me haga crecer las mamas como decían las de la edad de mi hija que tenía como efecto secundario la primera, pero seguro que me seguirá dando libertad para pasear cara al viento con mis perros.

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