Francisco López Serrano (Épila, Zaragoza, 1960) es escritor prolífico y polifacético. Poeta, novelista, ensayista y traductor, ha publicado hasta la fecha nueve libros de versos, varios de ellos galardonados en certámenes de prestigio.
“El último hombre sobre la tierra”, poemario suyo de 2010, recoge la composición “Genealogía de la mugre”; en ella, la mugre llega a ser espejo sólido y sólito del espacio y del tiempo del ser humano, hasta el punto de que se personaliza, se define, se defiende y ataca: “Soy hija del comercio entre los fluidos íntimos y el mundo. De la silenciosa y feroz cópula que perpetra el hombre con la tierra”.
Existe una higiene excepcional en El extraño en que habito (premio “Villa de Cox”, 2020. Editorial Pre-Textos), la cual conduce de nuevo al autor a enfrentarse al mundo terrenal descosido eventualmente, indefinidamente, de los peligros del cosmos, o invariablemente unido a él por efecto de la imaginación desbordante, la que en último extremo se encarga de salvarnos de lo mucho acontecido entre desvaríos y frenesís.
El otro ser en que habita el poeta está sometido a los dioses homéricos urdidores de tragedias con el objeto de que los hombres tengan algo que cantar. En este sentido, la cita del primer poema es reflejo exacto y conmovedor del proceso de la escritura. El hombre se perpetra en un instante y se adivina a sí mismo, forastero aquí, allí, o más allá, donde nacieron ruinas desoladas, y acierta de pleno, sin riesgo alguno, al concluir: “Nada más pavoroso como la eternidad que nos acecha”. La pesadez del ámbito y el bochorno del clima se acrecienta y confirma, los episodios relatados y descritos se suceden a ritmo de vértigo en procura de una inmediata catarsis consoladora. Así en “La verdad”: “Nací engañado, me crié engañado,/ y engañado, sin duda/ (por un destello de cordura no procreé)/ mañana moriré”; y en “El grito” se alía el poeta con sus semejantes carente de cualquier ánimo lírico: “Viajo en metro y observo a la gente…/ Esos rostros cansados, resignados,/ parecen un mensaje, una oración inútil/ alzada a ningún Dios”.
¿El libro se provee de alguna tregua conforme adelantamos en su lectura? Rotundamente no. Si acaso, el cuerpo se esclarece y se relaja en sintonía con el espíritu creador. Sostiene ChantallMaillard que no hay sabiduría que no empiece por la quietud mental. Se trata de estar atento y de poder situarse en presente. La poesía es un medio inmejorable para ello: cuando el artista logra perderse en lo que hace, el cuerpo actúa libremente.
¿Rotundamente no, dijimos arriba? Incierto. El cuerpo del poeta ha hallado paz tras la catarsis, y deberíamos sopesar el hecho de que nos transmite ese instante a modo de epitafio, en la coda, “Contracorriente”. Sea como fuere, damos por buena esta consolación, esta respiración sensible al eco del olor marino, más honda, más pura, en soledad, después de habernos movido en el terreno público de la buena poesía: “Sobre abismos del tiempo y del espacio/ nadé entre las estrellas, y ahora arribo/ a esta playa de arena fina y blanca/ y descanso tumbado con el sol en mi piel.”