Las armas tienen que dejar de hablar y enmudecerse, si realmente queremos activar una cultura preventiva que nos encamine a la paz. La justicia se defiende con la razón. Los artilugios armamentísticos para lo único que sirven son para matarse pobres contra pobres, para que haya niños soldados o para imponer poderes corruptos en países con democracia frágil. Por desgracia, el desarme es todavía una pedagogía educativa a la que el mundo le da la espalda. Quizás, en parte, debido al gran negocio que genera este tipo de industrias. A veces, paradójicamente, la educación, el alimento, el agua, la asistencia sanitaria, son más inaccesibles que las armas. Por ello, está muy bien que se celebren este tipo de congresos, a mi juicio de importancia esencial, dado que la globalización de muchos problemas presentes, ha transformado en prioridad urgente la colaboración internacional. Hoy sabemos por experiencia que a nada conduce la división entre naciones, el rearme sin límites y el uso incontrolado de artefactos; si acaso, a la violación de los derechos fundamentales de las personas y de los pueblos.
No le demos al mundo armas contra nadie, porque las utilizará más pronto que tarde, proporcionemos sabiduría, que es la serenidad inquebrantable. Sin duda, la mejor manera de injertar cultura preventiva contra la expansión de la delincuencia. Desde luego, hay que empeñarse en desterrar del planeta la violencia, el narcotráfico, las desigualdades y la pobreza, que son campo abonado para delinquir. Ya en aquel primer congreso de las Naciones Unidas, celebrado en 1955, se formularon ciertas recomendaciones sobre la prevención de la delincuencia de menores por medio de la comunidad, la familia, las escuelas, los servicios sociales, así como la selección y formación del personal de prisiones. A mi juicio, aún estamos bastante lejos de haber hecho todo lo posible, desde los diversos ámbitos sociales y vínculos familiares, para prevenir la delincuencia y reprimirla eficazmente, de modo que no siga perjudicando al planeta. De igual modo, a quien delinque hay que tenderle la mano y convencerle de la confusión de su camino, mediante programas de rehabilitación.
La prisión como castigo es tan antigua como la historia humana. En muchos países las cárceles están superpobladas lo que dificulta la reinserción y el trato humano, en otras sus condiciones de vida son muy precarias, por no decir indignas. Por otra parte, encarcelar a jóvenes adolescentes, en lugar de buscar alternativas, los marca de por vida como delincuentes. Meter entre rejas a un chaval, que a lo mejor roba para sobrevivir o para conseguir dinero para su adicción, no me parece en absoluto rehabilitador el hecho. Debiera apartarse del sistema de justicia penal a los muchachos que han cometido delitos de poca importancia; y, en suma, creo que la cárcel no debiera cobijar a ninguno, habría que mantenerlos separados de los adultos. Asimismo, pienso que deberíamos atajar, de una vez por todas, el aluvión de torturas que sufren muchas personas en el planeta, con penas crueles inhumanas o degradantes, y considerar las circunstancias con más justicia, desde la observancia del derecho. Por lo tanto, estimo vital promover el estado de derecho, cueste lo que cueste en todo el mundo, cuyos valores están llamados a expresarse mediante el establecimiento de una justicia penal que ha de considerar como intocable la dignidad de todo ser humano.
En cualquier caso, la creación de una cultura de prevención en un mundo globalizado y convulso, es un proceso que requiere del esfuerzo de todas las naciones e instituciones internacionales. Nuestra manera de pensar aún dista mucho de ser pacifista y pacificadora. La prevención tendrá más éxito si apenas se le oye, pero se enraíza desde edades tempranas con proyectos educativos ejemplares y ejemplarizadores. A veces, la responsabilidad de que el adolescente sea un inadaptado, es más colectiva que individual. Y esto hay que considerarlo. Está visto que la miseria, la falta de referentes, la educación deficiente, la malnutrición, el analfabetismo, el desempleo, la ociosidad,…; son factores que avivan la marginalidad y las conductas antisociales. En la mayoría de los casos, la delincuencia juvenil comienza con delitos menores, generalmente hurtos y conductas violentas, cuya causa se puede conocer y corregir, ya sea desde el medio familiar o en instituciones. Pues manos a la obra, que no hay obra sin esfuerzo y ternura, en un mundo con demasiados muros que no dejan ver el horizonte de la honestidad.