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Olivera trae ?El mural? a Valladolid, cumple un deseo y regresa a escena

A sus casi ochenta años de vida y después de más de un lustro de silencio, el veterano cineasta argentino Héctor Olivera ha regresado a la escena con El mural, una pintura al fresco de una época determinante de la historia de su país que en cierto modo representa también una exhumación personal.

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A sus casi ochenta años de vida y después de más de un lustro de silencio, el veterano cineasta argentino Héctor Olivera ha regresado a la escena con El mural, una pintura al fresco de una época determinante de la historia de su país que en cierto modo representa también una exhumación personal.

Es el relato, basado en hechos reales, del mural que el pintor mexicano David Alfaro Siqueiros (1896-1974), de ideología comunista, pintó en 1931 en el sótano de la mansión que el magnate de la prensa Natalio Botana, editor del influyente diario Crítica, poseía en la población Tigre, en la periferia de Buenos Aires.

Luis Machín, Ana Celentano y el mexicano Bruno Bichir en el papel de Siqueiros, sustentan el elenco de El mural, una coproducción méxico-argentina que el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ha declarado de interés nacional con motivo del bicentenario de la independencia, y que ha sido estrenada en Europa, con división de opiniones, dentro del 55 Festival de Valladolid.

“Era una película que tenía dentro de mí desde hace sesenta años”, ha explicado Olivera en Valladolid, comentando su inicio en el cine como asistente de producción, a los 18 años, en unos estudios construidos por el magnate Natalio Botana, entre otros mecenas, por lo que estaba al tanto de la controvertido obra de Siqueiros, que él mismo bautizó con el sobrenombre de Ejercicio plástico.

Tras exhumar ese deseo personal y convertirlo en realidad, el autor de La Patagonia rebelde (1974) y de ¡Ay Juancito! (2004) también ha sacado la luz, en versión fílmica, el mural neo-pop del artista mexicano, que desde 1991, tras la demolición de la mansión, fue desmontado y guardado en contenedores a la espera de a resolución del litigio judicial que pesaba sobre su propiedad.

Al tiempo que Siqueiros pintaba el encargo de Botana en los sótanos de la quinta actualmente desaparecida, “en la parte de arriba (de la casa) se desataban, como contraste, las pasiones” protagonizadas por algunos de los personajes más influyentes de la vida argentina de la época, entre ellas el presidente del país, Agustín P. Justo.

“Fue una época muy importante en Argentina que, sin embargo, se ha tocado muy poco en el cine”, ha agregado Oliveira acerca de los inquilinos de una mansión por la cual también pasó el poeta Pablo Neruda, según anota éste en su Confieso que he vivido, y que el veterano realizador ha incluido en ese fresco del momento.

Es la Argentina, y más en concreto el Buenos Aires, del periodo de entreguerras mundial, donde todo un país se articulaba en torno a una clase opulenta y dominadora, con atisbos fascistas importados desde el viejo continente, pero que también se desangraba por la clase obrera de los suburbios capitalinos. 

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