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Ganchillo en la Alameda

Quién iba a imaginar que tejer a mano abriera la puerta del siglo XXI

Fue agradable ver la noticia en el periódico, que por la pantalla asomara la convocatoria para realizar esta labor al atardecer, al refrescar la jornada para darle más color. Durante un rato largo el ganchillo y el hilo han dejado la mesa de la salita para disfrutarlos en compañía, como viene haciéndose tras la pandemia, cuando la localidad La Zaida decoró los árboles con los motivos realizados en un taller organizado por el Ayuntamiento de esta ciudad zaragozana. Luego vimos bancos de plaza, bicicletas, algunos monumentos y juguetes, trabajos que fomentaron el interés enfrentando la dificultad de un diseño en un cuerpo, desde un chal a un vestido.

El ganchillo era una labor de abuela, de las amigas vestidas de oscuro que se reunían una tarde de la semana en torno a la mesa, donde desdoblaban con mimo y liturgia la mantilla blanca que protegía la labor. Escondía -porque nunca se llegaba a ver al completo- un proyecto a largo plazo, realizado sin prisa en estas horas libres, contando puntos con los dedos y sacando punta con la lengua a los chismes, que iban y venían por la habitación como el hecho de respirar, cobrando fuerza e intimidad al bajar la voz, sin desatender la labor para que la vista y la cuenta de puntos fueran al par. Mientras tejían, desenredaban el hilo del meñique izquierdo para enrollarlo en el ganchillo, sin dejar de asentir, de contestar, de apostillar y de reír, disfrutando de ese rato liberador de la rutina,de los problemas encerrados tras la puerta de sus casas hasta la vuelta. Esos minutos se retomaban en soledad, cuando los demás estaban en la cama, con el silencio abrazándolo todo y la casa acomodándose, observando el movimiento ágil de las manos, tan rápido como el pensamiento apuntalando el día siguiente.

Tras La Zaida, tras la salida por otros lugares, el ganchillo no pasó de largo por nuestra Isla. La Navidad pasada vimos trabajos adornando un abeto gigantesco en la plaza de San Juan, en la Casería, y días pasados han entoldado las calles de este barrio que llevaban a su recinto ferial.

Es actualidad, el ganchillo facilita la comunicación y resulta terapéutico, dicen. No es un fenómeno fan, pero cuenta con miles de tejedores y seguidores. Una vuelta por las redes es suficiente para comprobar que los tutoriales y los cortos verticales, shorts, son imposibles de cuantificar. La lana y el hilo, por tanto, forman un dúo tan bien avenido que no protesta si uno de los dos se queda en el estante, porque en breve otras manos lo eligen.

Quién iba a imaginar que tejer a mano abriera la puerta del siglo XXI. Quizás porque la inmediatez necesita la tranquilidad del paso a paso.

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