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El cementerio de los ingleses

El cuerpo del pecado

Lo que parecía un triunfo era humo: ya estaba regulado y permitido el nudismo fuera de los núcleos urbanos

Publicado: 07/07/2024 ·
18:33
· Actualizado: 07/07/2024 · 18:33
Autor

John Sullivan

John Sullivan es escritor, nacido en San Fernando. Debuta en 2021 con su primer libro, ‘Nombres de Mujer’

El cementerio de los ingleses

El autor mira a la realidad de frente para comprenderla y proponer un debate moderado

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Cuando tenía veinte años y trabajaba de comercial para una conocida aseguradora, llegué a la conclusión de que cualquier actividad cara al público permite hacer cierta sociología; no es que lleguemos a la exactitud de quienes estudian esta materia en profundidad, pero se puede tomar el pulso en la calle a cada comportamiento que nos llame la atención. Mi actividad actual como escritor me pone delante del público para eventos, como presentaciones y ferias del libro, en incontables ocasiones cada año. Cuando, además, eres autor de narrativa erótica, ten das de bruces contra esos tabúes que siguen ahí y que a estas alturas deberían estar más que superados: por ejemplo, el propio cuerpo humano.

Ahora, en pleno verano, las playas se llenan de gente y el calor invita a reducir un poco el peso de la ropa que llevamos puesta. Amén de la típica frase de tasca, "me encanta el verano porque las mujeres van más ligeras de ropa", de vez en cuando se produce un debate que no copa portadas ni minutos en los medios, pero sí protagoniza alguna noticia, conversaciones, chascarrillos a cuál más primario... Sí, queridos lectores, han supuesto bien: hoy toca hablar de nudismo. Y es que el siglo XXI parecía que iba a ser el de la apertura de las mentes y el fin de las cerrazones que censuran lo que es natural y no debería ser motivo de escándalo. Sin embargo, la esperada centuria del progreso ha debido pillar un atasco en la autovía porque sólo sabemos que estamos en este siglo cuando miramos el calendario.

Ya comenzando el siglo, recuerdo cuando se acordó acotar una zona nudista de playa a las afueras de Cádiz, aún en tiempos de la sempiterna Teófila Martínez. Lo que parecía un triunfo era humo: ya estaba regulado y permitido el nudismo fuera de los núcleos urbanos. Básicamente, la montañesa se apuntó un tanto dando lo que ya estaba dado de antes. Cuando Kichi puso sobre la mesa autorizar el nudismo en cualquier playa de la ciudad, se armó un revuelo arcaizante y muchos cuplés sobre la picha del alcalde. Por supuesto, no faltó el manido "mi niño no tiene por qué verte a ti en pelotas" o "al final esto va a ser Sodoma y Gomorra". Y es que seguimos viendo el cuerpo desnudo como un objeto de lujuria, lo sexualizamos como si no tuviera otra función: al final el problema no es de quien se desnuda en la playa o en las redes (una advertencia y doscientos seguidores me ha costado en Instagram), sino de los ojos que miran.

Si además tienes una edad o una talla determinada, no faltará quien diga que tu cuerpo no está para enseñar (ni que fuera un piso piloto). Aún seguirá habiendo quienes apelen a la decencia o la moral, aunque luego algunos de ellos se escondan a mirar entre las dunas y lleguen a lesionarse la muñeca contradiciendo su discurso (buen eufemismo me ha salido). Y es que, al igual que la mujer en topless no tiene culpa de lo que tú piensas que harías con sus tetas, los nudistas en general no tienen culpa de tu lascivia reprimida y oculta: sólo van a tomar el sol y a bañarse. El resto está en esas cabezas de rancios valores, de pecados inventados y doble o triple moral. Y, para esas mentes simples que no distinguen permitir de obligar, nadie os estáis diciendo que os quitéis el bañador; sólo que respetéis a los que lo hacen como ellos os respetan. Bueno, eso y que mostréis disimulo al mirar y agitaros los bajos. Que, en tanto pudor y tabú, suele haber deseos reprimidos. Y hablando de tabúes, ya amenazo: en otra ocasión, hablaremos de sexo.

 

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