Dos años atrás, daba cuenta de la aparición “Las horas grises”, segundo poemario de Luis Bravo (1994). Anoté, entonces, que la cohesión y coherencia que sostenía el yo, se tornaba mensaje unitario desde el que resonaban pérdidas, alianzas, pecados y venturas. Además, los dones de la naturaleza eran, también, materia sobre la que el autor madrileñose cobijaba para aupar su voz y se afirmaba en su intención de conjuntar alma y cuerpo, juicio y credo:“Y no es tanto el temor del epitafio/ ni deshojarse bajo los silencios que perdonen./ Es afanarse las manos sobre las tuyas/ hasta el cabo de averiguar cuanto aguantarán./ Un siglo”.
Ahora, ve la luz, “Hojas de acanto y rosas” (Almuzara/Cántico. Colección Doble Orilla.Córdoba, 2024), galardonado con el premio “Pablo García Baena”. Consideró el jurado que era éste un libro donde destacan “los valores de la tradición que entronca el romanticismo con el modernismo de una forma que dialoga luminosamente con el presente, ofreciendo una poesía madura que penetra en las emociones humanas”.
En verdad, su lectura, revela la sugestiva mirada con la que Luis Bravo ahonda en el esplendor y la soledad de la existencia y en los territorios que giran en derredor de cada ser. De nuevo, la naturaleza cobra relevancia en su discurso y los olmos, los castaños, los nogales…, revitalizan un verso cromático y equilibrado: “Álamos blancos, armiños de majestad enramada/ golpeando los tejados herrumbrosos con nieve/ su nervioso corretear hasta hundirlos/ y, la de todos los inviernos,/ amenaza de un peor desposeimiento/ escrito en los papeles de una herencia”.
Dividido en dos apartados, “Acanto” y “Rosas”, el volumen converge hacia una identidad y un sentimiento que rozan el origen, la materia y la estirpe humanas.Y lo hace, a través de un verbo latidor, unánime en su intención ulterior de articular una manera de entender más y mejor un universo que es belleza y, a su vez, nostalgia incesante de lo ido: “Mi padre cortó un ramo./ Un pedazo de rasa para que no muriera,/ para que hacia él dobláramos la vista/ y empeño inútil deponiendo un remedio./ Encontré esta mañana esos tallos secos,/ corruptos los brazos, pero vivo/ en su olor, mirando aún/ su terreno como si fuera aquel/ que van rasgando como de mucho usarlo/ el recuerdo”.
En esa memoria vívida, cabe también, extenso y derramado, un halo amatorio, terrenal, que circunda buena parte de los poemas aquí reunidos. Un amor manifestado a través de distintas vertientes, que evoca demanera luminarialas sendas del corazón. Porque Luis Bravo saber dotar a su decir de un aire liberador, de una expresividad profunda, que culmina en reflexión sobre lo más transcendente de la existencia.
Un poemario, al cabo, comprometido con la amplitud y la perseverancia del ser, con la intrahistoria que acerca a la certidumbre de lo mortal y que reescribe en su semántica una argumentación ontológica plena de lirismo: “Uno escribe joven y se alegran que todavía comience,/ aun progresando, deseándole vendrá el siguiente/ más cargados de experiencias y saberes poéticos (…) Atiende un recuerdo solemne/ por los años que se fueron./ Lo que decían lisos y caídos jazmines/ una noche al rebase de un muro”.