Dicho y hecho: Bush, que no sabía nada del asunto, agarró el teléfono y ordenó a la todavía secretaria de Estado que se abstuviera en la propuesta que ella había redactado, obligándole al último ridículo de su carrera en la administración republicana.
De esta anécdota lo más relevante no es la influencia de Israel en la política exterior norteamericana sino el placer que encuentra Ehud Olmert en que se conozca ese grado de esa influencia. En ese contexto, no es de extrañar que el embajador de Israel en España esté indignado con la capacidad de autonomía del PSOE para condenar la brutalidad del estado hebreo. Quien manda directamente sobre el presidente de EEUU no puede entender que un país mediano se tome la licencia de denunciar la barbarie.
Lo ocurrido sucede en una situación de cambio en el mundo. EEUU estrena presidente el día 20 de enero. Pero no es una transición cualquiera: está soportada en la esperanza de muchos norteamericanos y cientos de millones de personas en todo el mundo que aspiran a conocer el comienzo de un mundo distinto. Y tiene que formar parte de esa diferencia el cambio en la insoportable situación que le confiere al Estado de Israel una patente de corso universal y única, una especie de bula para el genocidio de sus enemigos, sin que tenga que dar cuenta ante nadie, sólo porque fue un pueblo perseguido y ahora tiene al país más poderoso del mundo para garantizar su impunidad.
Barack Obama tiene un serio primer problema encima de la mesa: demostrar que la situación de dependencia y de sumisión de los Estados Unidos al Estado de Israel es cosa del pasado. Si Obama es un mero continuador de la política de impunidad de Israel habrá cometido el primero y probablemente el más importante de los errores de su mandato.