Garel-Jones, que fue presentado por el exministro Eduardo Serra, realizó un alegato de los valores del mundo taurino en particular y de la cultura latina en general en contraposición a la globalización anglosajona, en un mundo que ha desarrollado un “ternurismo antropocéntrico a favor de los animales”.
El pregonero comenzó su intervención evocando a Juan Belmonte, el día que se cumplen cincuenta años de su muerte, y recordando una frase del genial diestro trianero: “todo inglés, hasta que no se demuestre lo contrario, es un espía”; y la comparó consigo mismo: “Tengo un pasado criminal -fui político- pero nunca fui espía, aunque tuve la suerte de que mis padres vinieron a vivir a España”.
Garel-Jones recordó su infancia en la cercanía del coso madrileño de Las Ventas y aludió a su propia esposa, “sobrina del genial escritor Antonio Díaz Cañabate”.
El pregonero también hizo un canto a la ciudad de Sevilla, “como una de las piedras angulares de la cultura y la historia europea de hoy”.
Pero el corpus central de su texto se basó en la defensa de los valores de la cultura latina denunciando “esa cultura unitaria de valores angloamericanos que rechaza la Fiesta”.
El contraataque
“Yo no quiero vivir en un mundo monocultural”, exclamó Garel-Jones, para recalcar que “la Fiesta debe ser la avanzadilla del contraataque de esa globalización, precisamente por la incomprensión que suscita en las mentes sajonas”.
Esa cultura de la muerte, disfrazada o eclipsada en el mundo de hoy, sirvió de hilo conductor para el resto del texto: “En el mundo anglosajón ya no somos capaces de mirar a la muerte a la cara. Era una certeza de la vida cotidiana pero ahora huimos de ella”.
La figura de Juan Belmonte sirvió al pregonero para hilar los últimos compases de su intervención comparando su revolución taurina con las vanguardias artísticas, científicas y culturales que fueron contemporáneas a su irrupción en los ruedos, en la segunda década del siglo XX.