No lo dice con ánimo de ofender, sino porque cree que el teatro es una apuesta exclusiva y si se elige esa vida es para vivir para él, no de él. Por contra, lo que hay ahora es “famoseo”, “dinero”... pero se ha perdido el espíritu del teatro independiente y el del teatro de grandes actores que no volverán.
—En Vejer se tiene que vivir en la gloria.
—Según para quién.
—Lo digo por la altura. Cerquita de la gloria.
—Eso sí. Pero no es un sitio hospitalario. Estoy bastante defraudado, pero ahí sigo.
—Lleva 22 años. Lo mismo que se fue, ha tenido tiempo de volver.
—También. Pero son etapas, decisiones, y todo conlleva su precio. Necesitaba reflexionar, apartarme de todo y empezar una nueva vida. Me vine con la idea de formar un grupo de teatro con el espíritu que trabajábamos nosotros allá por los 70. Y ha sido absolutamente inviable. Para que se haga una idea, veintidós años dando clases gratis y no tengo ni un alumno porque no quieren aprender.
—Es un trabajo más sacrificado de lo que se cree la gente. No es sólo subirse a un escenario.
—Y sobre todo, si no hoy amor al oficio, mejor no lo ejerzas. Yo creo que en este oficio hay un elemento fundamental que es vocación. Con mayúsculas. Si no hay llamada no te dediques a esto. El arte es otra cosa. Antes se ejercía por vocación y ahora es como un negocio más, se ejerce por ambición, por famoseo, y se han ido cargando todos los oficios.
—Una de las cosas que no se meten en la cabeza los nuevos cómicos es que el teatro significa un sacrificio grandísimo incluso con tu propia lengua, con tu propio acento. No puedes permitirte ser de donde eres.
—El escenario es un altar y uno sale ahí a oficiar por medio de la palabra. La tarea del teatro es, fundamentalmente, despertar entendimientos y despertar conciencias por medio de la palabra. El hombre es un animal de palabras y si no aprendemos a usarlas… estamos perdidos.
—Por eso yo les tengo un gran cariño a los grupos de aficionados que todavía existen…
—Yo a los aficionados los detesto. Prefiero un mal profesional.
—Yo creía el que el hecho de esforzarse por ser un profesional ya es meritorio.
—Pero hay un error ahí. Cuando uno es aficionado lo debe hacer infinitamente mejor, y si no, no hacerlo. Porque como decía Bernard Shaw, el mal teatro es tan nocivo para la sociedad como la mala medicina. Si tú lo haces mal, eso no es teatro.
—Pero hay grupos de aficionados que lo hacen muy bien y mantienen la afición, que es posiblemente lo que no tengan algunos profesionales
—Muy pocos. En teoría, sí. Pero yo creo que cuando tú haces profesión de fe de un oficio, vas hasta la muerte y los aficionados no se comprometen, no se lanzan, no dan el salto. Porque no se trata de vivir de, sino de vivir para. Que no es lo mismo. El oficio llega un momento en que te exige tanto, tanto, tanto… que tienes que casarte con él. No se puede estar ocho horas en una farmacia y luego juntarte para ensayar un poco y hacer teatro de colegio y de fin de curso. El teatro es otra cosa.
—Entiendo lo que me quiere decir pero yo sigo defendiendo la buena voluntad de los aficionados por hacerlo bien, porque gracias a esas dos horas que sacan de su tiempo libre, posiblemente lleguen a lo que usted cree que se debe de llegar.
—No es el camino. El camino es dedicación absoluta.
—Luego el que esté en un grupo de teatro, que se vaya a Madrid a buscarse la vida o a cualquier grupo.
—A buscar al público y a trabajar. En Madrid se ha desvirtuado todo. El teatro ya no es teatro, ni el cine es cine, ni nada es nada. Todo se va convirtiendo en sucedáneos. El teatro no es interpretar, no es disfrazarse… El teatro es desnudar el alma y ahí se produce la catarsis, la comunión con el público. Si eso no se da, lo que has visto no vale para nada.
—¿Por eso se fue usted de Madrid?
—Yo hice en Madrid Luces de Bohemia, de Valle Inclán, con el Centro Dramático Nacional en el año 84, con el difunto Rodero. Estrenamos en París y me tuve que despedir porque el texto estaba masacrado. Más censura que cuando Franco.
—¿Ese fue el detonante?
—Yo no quiero vivir de la traición. Creo que al autor no se le debe traicionar y tampoco se debe estafar al público. Si no te gusta el autor, no lo montes. Si no te gusta Alfonso Paso, no hagas Alfonso Paso; si no te gusta Buero Vallejo, no hasta Buero, ni Sartre… No hagas lo que no te guste, pero no manipules. Manipulan, tergiversan, confunden... Horroroso. Claro, el arte no puede estar en manos del poder.
—¿Eso tiene mucho que ver con las subvenciones?
—Evidentemente. Las subvenciones con grilletes y mordazas. El poderoso subvenciona, pero impone su criterio. Del matrimonio del arte con el poder sólo puede nacer un hijo: la censura.
—Está claro. ¿Hay algo bueno en el teatro hoy en día?
—Hombre, el teatro…
—Es que no sé qué preguntarle sin que usted me bombardee.
—Perdona.
—No, al contrario. Me encanta que haya un poco de sinceridad por parte de alguien que lleva una dilatada vida en el teatro, en la televisión y en el cine.
—Y en la vida. El mundo es un gran teatro en el que los locos conducen a los ciegos, decía Shakespeare en El rey Lear. Y de ahí escribí yo mi segundo libro que es el Romance de locos, coplas de ciego. También Calderón habla del gran teatro del mundo, y Epicteto y cantidad de autores. Decía Quevedo que el mundo es un teatro, el hombre es un farsante y el autor de la comedia es Dios.
—Y ahora al final, los cómicos se sublevan.
—A una legua, por favor. Ante tanta corrupción, ante tanta basura, ante tanta podredumbre, mejor a una legua. Los cómicos, antiguamente, se mantenían a una legua de donde actuaban. Tenían que pernoctar a una legua del pueblo para no contaminar, con sus malas costumbres licenciosas, a la sociedad imperante. Tampoco se les enterraba en sagrado y había veces en las que se les hacían autos de fe. El cómico nunca ha estado bien visto. Era un poco como el bufón, el que dice las verdades al rey aunque le corten la cabeza. El cómico es eso, es compromiso, es revolución, es vida, es todo lo contrario de la sociedad y es una sociedad muerta. Hay que irse para no contaminarse. No podemos contaminarlos a ellos; tenemos que huir para que no nos contaminen.
—Yo antes de sacar conclusiones sobre su libro, ‘La insurrección de los cómicos’…
—O los cómicos, a una legua.
—…Le voy a preguntar qué es lo que significa. Porque lo mismo saco una conclusión totalmente diferente a lo que significa.
—Que ya va siendo hora de que reivindiquemos nuestro papel en la sociedad y que nos dejemos de glamour, de petardeo, de la memez y que realmente hagamos nuestra tarea. La insurrección es salirse de todo lo políticamente correcto. Yo lo que reivindico en este libro es que al arte sólo se le puede servir desde el amor, desde la libertad y desde la bohemia. Todo lo que es dinero, poder, envenena, destroza y mata.
—Y usted está dando ejemplo.
—Sí, claro. Yo de las pocas veces que me han pagado, he tenido que despedirme porque no estaba de acuerdo. Yo vengo del teatro independiente, empecé con los Goliardos, hacíamos teatro en cualquier sitio y terminábamos siempre en la comisaría o en el cuartelillo. Pero podíamos hacerlo. Hoy es absolutamente inviable, te quedas solo. El que se mueve no sale en la foto.
—Y se hacía muy buen teatro en aquellos tiempos.
—Claro. Teníamos unos primerísimos actores de los cuales íbamos aprendiendo. Yo tuve la suerte de debutar con Carlos Lemos, Agustín González y Julieta Serrano. Y he trabajado con Fernán Gómez, Paco Rabal, López Vázquez… Con una generación absolutamente irrepetible. Ahora vienen de la tele. Nada que ver.
—¿La censura era buena?
—La censura era buena. Se sabía. Todo el mundo lo sabía y entonces éramos cómplices. Hacías un guiño y el público sabía que eso estaba manipulado o estaba coartado. Porque todo el mundo sabía que había una censura y eso obligaba a agudizar el ingenio. Berlanga rodaba cosas que sabía que la censura las iba a cortar, pero a cambio metía otras. A Buñuel le cambiaron el final de Viridiana. ¿Qué hizo? Los puso a los tres a jugar a las cartas, con lo cual quedaba mucho más rotundo y mucho más palpable el triángulo que se formaba.
—Pero la censura invitaba a ir a ver las obras que se saltaban la censura.
—Pero ahora hay más censura y el público no se quiere ni enterar. Cuando yo digo que hay más censura que con Franco no me creen, no quieren enterarse. Con la globalización no es que quieran pensamiento único, sino ausencia de pensamiento. Estamos en una época muy jodida. Ahora están con el exterminio del pobre. Nos tienen con la soga al cuello, pero nos quieren de rodillas y con harapos.
—Llevamos camino. Y no vamos a tardar mucho en llegar.
—Ahora veo a un mendigo y digo que me separan de él diez minutos; vea a un millonario y me separan años luz, porque ya hay un abismo infranqueable entre los ricos y los pobres.
—Usted es un actor…
—Un cómico.
—Un cómico y además, un activista del teatro. Y no ha estado mal su trayectoria, porque desde 1972 a la actualidad, raro es el año que no ha hecho algo, o cine o televisión. Por eso nunca entendí su marcha a un pueblo, apartado de todo.
—Llega un momento que la vida te lleva por donde no quieres ir. Fama, dinero y poder… Te dejas el alma. Y la libertad es gratis.
—Pero cuesta.
—Hay que pagar un peaje. Llevo castigado desde el año 84. Empezaron a decir que me había vuelto loco, que me había retirado, incluso que me había muerto. Pero yo creo que la lucha es lo que da sentido a la vida.
—Yo a usted lo he visto en muchas películas, pero siempre lo he visto más como un hombre de teatro.
—La cantera es el teatro. Fernán Gómez se hizo en el teatro, Paco Rabal… todos los grandes se han hecho en el teatro. Luego han pasado al cine, pero se han hecho en el teatro. Ahora no se hacen ni en el teatro ni en el cine. Se hacen en la tele. Un espanto, porque ahí todo vale. No se vocaliza, no hay tiempo, no se ensaya. Hay una crisis económica, naturalmente, pero de lo que hay una crisis terrorífica, es de talento.
—Una duda que tengo. ¿’La insurrección de los cómicos’ es narrativa o teatro?
—Teatro. Los tres que tengo. Me llamo Jonás, que está dedicado a Fernán Gómez y es un homenaje a León Felipe, al que han quitado de los libros de texto y de las antologías, ahora que no hay censura. El Jonás es el profeta rebelde, de forma que para salir del rebaño, primero, rebeldía; luego resistencia y luego esperanza.
—Con prólogo de Enma Cohen
—Compañera de muchas películas y muchas historias. Y Fernando fue uno de mis maestros.Los maestros tienen dos tipos de alumnados. Está el discípulo que es el que mantiene el espíritu del maestro, y luego está el alumno, que va a sacar lo que le interesa para enriquecerse con esa enseñanza. Discípulo y alumno no tienen nada que ver.