La reiteración del eufemístico término competitividad (cuyo inquietante trasfondo semántico es suficientemente conocido) en los documentos fundacionales y en otros posteriores (Praga, Berlín, Bergen, Londres) sugería un horizonte conflictivo. La insistencia en las conexiones entre Universidad y empresas privadas despertó fundados temores respecto a los verdaderos propósitos de la proyectada revolución académica. Se defendía la imprescindible recapitalización de las instituciones universitarias: reducción del gasto público en materia educativa, inversiones de los sectores privados, cobro de tasas especiales en concepto de diezmo al alma mater y otros apartados que hacían pensar que no todo iba a ser la Disneylandia prometida.
La verdad de Bolonia consiste en la mercantilización pura y dura del ámbito universitario: la más descarada privatización, paulatina pero irreversible, de la Universidad y su absorción-abducción por la mastodóntica maquinaria neoliberal. Con el pretexto de una mayor autonomía y flexibilidad de los centros de estudios superiores se establece su sometimiento a los intereses del capital y un determinismo pedagógico en función, exclusivamente, de las demandas del mercado. La financiación pública disminuye y el Estado abandona sus obligaciones sociales. El dinero en manos de particulares decretará qué titulaciones son o no rentables. En este contexto, el futuro de las humanidades es ninguno, puesto que los mercaderes detestan aquellos estudios que propician la libertad de pensamiento y la capacidad crítica. Quieren robots, no personas. Quieren descerebrados dóciles y eficaces de alto nivel ejecutivo. Por eso se habla de habilidades, destrezas y competencias; nunca de instrucción emancipatoria e integral ni de entendimiento reflexivo. ¿De qué le sirve a esa escoria de oligarcas y usureros un experto en Tucídides o una eminencia en filosofía medieval?
Con el sistema de créditos (ECTS), la escala de grados y titulaciones, el desmesurado aumento de horas lectivas (presenciales y domiciliarias), la no remuneración de las prácticas en empresas, el importante incremento de costes que acompaña a este dispositivo, se persigue una elitización sustentada en criterios socioeconómicos. Será imposible compatibilizar los estudios con el trabajo; se liquida el régimen de becas; se destruyen los fundamentos de la solidaridad y la igualdad real de oportunidades. Los hijos de las clases populares y medias (para qué mencionar a la esclavizada población inmigrante) se verán desplazados de este itinerario o, en el mejor de los casos, se quedarán a medio camino por falta de tiempo y recursos materiales. Aquellos que no superen esta perversa carrera de obstáculos (la inmensa mayoría) se verán reducidos al peonaje de mera supervivencia. Segregación y monopolio de privilegios para que triunfen los de siempre.