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Miércoles 03/07/2024  

España

El Premio de Literatura Dramática hace visible al ?maldito? Esteo

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  • El escritor cordobés sufrió las censuras y las prohibiciones durante la etapa franquista
“El que está prohibido es usted”. Eso es lo que el cordobés Miguel Romero Esteo escuchó de un censor cuando intentó publicar por enésima vez una obra, un ostracismo del que ayer le sacó el Premio Nacional de Literatura Dramática, que, además de hacerle “visible”, le permitirá, por fin, poner una ducha en su “modesta casita”.
Miguel Romero García Esteo (Montoro, 1930) ganó ayer los 20.000 euros con los que está dotado el premio Nacional de Literatura Dramática, que otorga el Ministerio de Cultura a una obra publicada en 2007, con Pontifical, una crítica antisistema escrita hace 43 años de la que solo había circulado una edición en ciclostil hasta que el año pasado la publicó Fundamentos.
Desde su “modesta casa de pensionista” en Málaga, donde vive desde los 9 años, con el paréntesis madrileño que dedicó a sus estudios universitarios, el autor siente el Premio como “una alegría y un estímulo”. “Está muy bien, porque yo siempre he sido escritor invisible”, revela en declaraciones a Efe.
“Ahora sí seré visible, lo que no deja de tener gracia, porque soy un anciano jubilado y pensionista que vive prácticamente fuera de este mundo. Apenas salgo de casa y vivo rodeado de libros”, afirma este licenciado en Ciencias Políticas y doctor en Filología Hispánica, que ha sido profesor de Historia Social de la Literatura en la Universidad de Málaga.
Romero ha escrito obras de teatro y también narrativa, poesía y ensayo, pero es su vanguardista trabajo como dramaturgo el que le convirtió, paradójicamente, en “invisible”.
El franquismo no sólo tenía prohibida la puesta en escena de sus obras, sino que, como recuerda que le dijo un día un censor al negarse a editarle un... libro infantil: “El que está prohibido es usted”.
“A principios de los 70, yo era un joven activo y pertenecía a la vanguardia antifranquista que consiguió cierto prestigio por hacer un teatro muy imaginativo y un poco envenenado, casi virulento”, rememora.
Pero pudo más la necesidad de sacar adelante a su familia, y por eso a mediados de aquella década dejó Madrid para volver a Málaga y conseguir una plaza fija en su Universidad.
Admite que sus obras “no son nada facilonas”. “Yo odio lo fácil y me gustan las dificultades”, dice, aunque reconoce que en el mundo teatral lo que “se valora” es “lo práctico”.
Al principio de su carrera, Romero se decantó por “el divertimento, cosas ligeras”.

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