"Como una ola, tu amor llegó a mi vida; como una ola, de fuego y de caricias; de espuma blanca y rumor de caracolas, como una olaaaaaaaa”. Pudo más la imaginación que la realidad. Ganaron el ingenio y las ganas de guasa a los papeles y las infografías digitales en las que se aboceta el verano del parque González Hontoria. No habrá olas ni espuma blanca, y mucho menos rumor de caracolas.
Ay hermano, si yo te contara... Fíjate que por momentos hubo quienes te imaginaron con sombrilla de rayas azules y blancas, bañador a juego, canasta de mimbre y nevera en la que cobijar del sol una media botella y un par de catavinos de cristal. Tú, una suerte de lord inglés nacido en la tierra del vino, los caballos, las motos y cualquier otra cosa que se tercie, no podría entrar de otra guisa en esta nuestra beach.
A Miguel Ruiz lo imagino tumbado en una hamaca a la sombra de una palmera allá donde tanto tiempo plantase sus reales la terraza de los Karcomedo. Con gafas oscuras, sombrero de mimbre, polo salpicado de motivos marineros y un periódico bajo el brazo.
Hace calor, sopla el viento de levante, ondean toldos y banderolas; el gachó de los camarones pregona su mercancía paseo arriba y paseo abajo. Algunos se han bajado a comer y otros esperan en casa a que deje de apretar el lorenzo y baje una marea ecuestre que ayer marcó modesto coeficiente. “Por la bahía, yo quiero ser marinero, por la bahía; bajo el azul de los cielos, en el mar de Andalucía”.
Los niños que han rebasado ampliamente la mayoría de edad se entretienen en la beach de Jerez con cubitos de metal -que no de plástico de los chinos- que rellenan de hielo en un simpático juego consistente en levantar papas como castillos sin que se note demasiado. Lo justo para abrazar con rigor marcial a los prójimos a quienes normalmente saludan con un “illo qué hay”.
Lo tuyo, hermano, era natural y no precisaba de cubos ni hielo. Era un “me alegro en verte”, un “a mis brazos” acompasado de certeros rejonazos de castigo en la espalda del abrazado y un “sin ti esta caseta no sería igual, sería muchísimo mejón”. Y todo sin descomponerte, sin que se aflojara el nudo de la corbata ni pareciera mezclarse el albero con los bajos -sin premio- del pantalón -también sin premio, por si acaso-.
La carta de la beach marida caldos de la campiña con lo mejor de la freiduría gaditana, las coquinas al vapor o el salpicón de marisco, las gambas y el langostino. Los guiris visten pantalón corto y sandalias, utilizan protección solar factor 50 y a pesar de ello desandan el camino a casa con el color propio del salmonete. A la sombra de la sombrilla -o del viejo paragüas que siempre fue cruce de los caminos del parque- huele a crema solar y aftersún.
La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) plantó ayer bandera amarilla por riesgo de vientos. Exagerados. Alguien trató de hacerse una ajogaílla en una jarra de rebujito, pero la sangre no llegó a alta mar. Más viento hace en Zahara y en Tarifa, y se baña la gente.
A ver, lo que debe respetarse es la digestión. Ya saben, no mojarse la barriga en los tablaos bailando el Sarandonga inmediatamente después de cepillarse un plato de menudo. Más que nada por no dar trabajo extra a los socorristas, que como se sabe tienen instalado su puesto allá bajo el viaducto del tren “que separa tu vida y la mía”, cual pared “que no deja que nos acerquemos”.
Recuerdo, hermano, aquella mañana de mayo en la que supimos que Bambino (Miguel Vargas Jiménez) no podría romper nunca más “esa maldita pared”. El luto en forma de homenaje y la colección de grandes éxitos suena que suena en la casette en la que a diario se escuchaban grabaciones de ruedas de prensa: Te estoy queriendo tanto, Procuro olvidarte, Adoro, Mi amor es mío, Se me va, Yo soy lo prohibido...
Hay resaca de preferia y alumbrado, y toda una semana por delante que en realidad no será tal por esa costumbre tan nuestra de empezar las fiestas antes de tiempo para despacharlas igualmente con cierta premura.
Hay gitanas y gitanas. Algunas de pasarela y otras con caras que, como bien apuntaste un día, no se llevan ya “ni en los frascos de veneno”. La Feria se ha globalizado. Un grupo canta en una caseta y empieza a recibir peticiones, como en aquellos programas de discos dedicados. “Esta va por estas mujeres de Cantabria”. “Esta por la gente de Barcelona”. “Esta por los de Guadalajara...”. “¿Hay alguien de Jerez en esta caseta?”. ¿Los camareros? No, los camareros han venido de un catering de Lebrija, como todos los años.
Los cubitos -de latón-, el camarón fresquito, las bermudas y el aftersún del guiri, la arena, el sol embotellado y sin embotellar, calor, viento de levante, la bandera amarilla y las neveras hasta arriba de hielo. Es hora de “romper la pared” que separa el albero del parque del asfalto de los cacharritos para zambullirse en las montañas acuáticas. “Como una ola, tu amor llegó a mi vida; como una ola, de fuego y de caricias; de espuma blanca y rumor de caracolas; como una olaaaa”.
A la memoria de Manolo Molina y Miguel Ruiz 'karcomedo'. Porque sin ellos la Feria del Caballo ya no es la misma. Ah, y no es “muchísimo mejón”...