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San Fernando

José Suraña, media vida como jefe de la Policía Local de San Fernando

El intendente se jubila después de 32 años en el cargo y doce como Policía Nacional en varias ciudades españolas.

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Comenzó sus estudios en La Salle y muchos días llegaba tarde. No porque se le pegaran las sábanas, sino porque tenía que ayudar a su padre a repartir la leche por San Fernando. Ello hacía que los retrasos se les dejaran pasar en aquellos años en los que estudiar iba acompañado del trabajo en la casa, ayudando a su padre.
Luego pasó a la academia O’Dogherty y terminó siendo inspector de la Policía Nacional a los 21 años, compañero además de otro inspector conocido en La Isla porque estuvo varios años al frente de la Comisaría entonces en la calle Doctor Cellier, José Ramírez. Igual que estuvo en la escuela de Ávila con el anterior comisario provincial, Juan Carretero.

Llego a ser inspector jefe en la Policía Nacional hasta que decidió presentarse a las oposiciones de jefe de la Policía Local de San Fernando, lo que le permitía volver a su pueblo y servir a su gente. Es por eso que José Suraña Carrasco, Pepe Suraña para los muchos que lo conocen, comenzó ese periplo de 32 años al frente de los municipales, policías locales y conocido a cuatro de los cinco alcaldes que han tenido San Fernando desde el 78.

Comenzó con Avelino Arias, ya fallecido y siguió con Antonio Moreno Olmedo, con Manuel de Bernardo Foncubierta y con José Loaiza García. Mejor dicho, ha conocido a cuatro alcaldes y a una alcaldesa, la primera de San Fernando, Patricia Cavada, porque Pepe Suraña sigue siendo el intendente de la Policía local hasta final de mes. O incluso un poco más.


“Ser jefe es difícil”, dice un hombre al que conocen en el trabajo sus compañeros, pero que quienes lo conocen de la calle, del trato diario con la gente, no lo ven como el jefe al uso, un poquillo cabroncete –o mucho, con lo que el calificativo pierde el tono cariñoso- sino como una persona afable que suele llevarse bien con todo el mundo.

Mucho más cuando esa jefatura dura tanto tiempo, cuando ha habido los roces lógicos con compañeros a causa del servicio, cuando se van acumulando episodios, unos buenos y otros no buenos, a lo largo de una vida. Lo que se dice un bagaje que lo ha ido marcando hasta los casi 65 años que ahora tiene.

“Algunos incluso prefieren quedarse en un cargo intermedio antes de asumir la jefatura, porque no les compensa, pero yo prefiero ser siendo jefe”, dice en una entrevista concedida a esta casa.

Igual que ha visto pasar a cuatro alcaldes y ha dejado a una alcaldesa en el puesto, ha conocido las penurias de las antiguas dependencias de la Policía Local en el edificio del Ayuntamiento, allí donde tenía que salir uno para que entrara otro. Fue precisamente él que conoció una fórmula para conseguir una nueva jefatura y lo puso en conocimiento del entonces alcalde, Antonio Moreno.

Se trataba de permutar unos terrenos a cambio de que un constructor hiciera el nuevo edificio y así se hizo en los que ahora está el Centro Plaza, que fue también mercado de abastos provisional mientras el edificio actual se adecuaba.

Hubo que hace cambios en el Plan General que lo contemplaba como suelo para equipamientos –de hecho, allí iba la jefatura, pero no había dinero- y finalmente se consiguió construirla en su actual emplazamiento en la Ronda del Estero, además de conseguir la parcela anexa que llegó a ofrecerse a la Junta para los nuevos juzgados. Hace años, muchos años que se ofreció y también tenía problemas de calificación, pero no tan buena voluntad como los que intervinieran para levantar el Plaza y la Jefatura de la Policía Local.

Suraña se siente afortunado por haber hecho lo que hizo, dejar la Policía Nacional. Mentira. Mantiene su plaza. Tiene dos. Por eso se jubila dos veces, dos papeleos, aunque deja claro que los últimos 32 años sólo ha cobrado como jefe de la Policía Local. Los otros doce sirven para el cómputo de la pensión, que le sobran años para cobrarla íntegra. Por lo menos en los próximos cinco años, que dicen los del Banco de España que está asegurada.

Se siente afortunado porque se ha reconocido su trabajo. El de la Policía Local y el de la Policía Nacional, que a él los dos le producen satisfacción. Y fue reconocido por los propios vecinos que les dieron la insignia de oro de la Federación de Asociaciones de Vecinos Isla de León. Y eso que los vecinos son los que se enfadan con la Policía Local cuando les ponen una multa, “que es normal que se enfaden”. Pero los premiaron.

Pero es más, consiguió algo que pocos policías han logrado, ya en el mandato de José Loaiza. Fue rey mago, Baltasar. Y no fue el rey negro para que no lo reconocieran, que dijeran “lo hacemos rey mago pero que no se entere nadie”. “Yo fui quien quiso ser Baltasar porque es un rey que gusta a los niños”.

Aquel día, aquella noche, José Suraña dejó de ser José Suraña Carrasco y se convirtió en el personaje que encarnaba. “No me dolía nada, ni tenía agujetas, ni me daba cuenta de que me hacían fotos”. Y dice que es verdad lo que dicen todos, que la gente se transforma cuando se viste de rey mago, blanco o negro.

Habrá quien se alegre de que se jubile. “Algún compañero con el que haya tenido algún roce por motivos del cargo” o aquellos que necesitan que se vaya el jefe para ser el jefe. Pero sobre todo se alegrará su familia, porque Suraña ha sido de los trabajadores que han estado dado más de lo que deben, vocacional, de veinticuatro horas al pie del cañón.

“Me perdí la infancia de mis hijos”, dice, como lo dicen muchos, la mayoría. Por eso de que la infancia de los hijos se desarrolla en los años en los que las personas se están consolidando en la vida, en los trabajos. Eso que hace que ser padre se convierta en una putada porque la vida te impide disfrutarlo. “Pero no me voy a perder la infancia de mis nietas”. Cuatro tiene y uno que viene, que no sabe si será niño o niña “pero yo espero que sea niño”, que ya toca.

Este viernes, sus compañeros le han preparado una despedida en el Club de Oficiales. No le han dicho mucho de lo que va a pasar, pero se supone que serán muchas sorpresas las que reciba. Y todas buenas. Porque lo despiden sus amigos, que es lo importante. Detrás deja su trabajo, se lleva la Medalla al Mérito Naval y la Medalla al Mérito Policial, además de otras condecoraciones. Y deja un puesto vacante, lo que le permitirá –si aún lo tiene- disfrutar de ese Mercedes deportivo que es un objeto de museo. ¡Quién lo tuviera!

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