luis miguel morales | “El origen de toda desilusión son las expectativas exageradas”. Es el conocido como el Síndrome de París, idealizar tanto y tanto que al final el contraste con la realidad, en esa imaginación idílica, choca con la percepción verdadera. La desesperación es lo que tiene y la frustración es todavía peor. Todo lo pintaban de color de rosa, todo sería diferente, bueno, mejor, enmarcable. Esa era la teoría.
En el afán generalizado de querer revolucionar, cambiarlo todo, de mover -hacia no se sabe bien el qué y cómo-, nos encamina en un sinsentido de hacernos olvidar el verdadero motivo de la génesis de todo. Nuevamente el detalle por encima de la noticia.
El desorden impuesto trae más desorden y ya saben, “por sus actos los conoceréis”. No hay más. Se ven y se padecen. Colocar el sello en cada actuación, querer modificar tradiciones o hábitos debe ser tan lícito como respetable y entendible cuando todo ello viene dado del que sabe, no del aprendiz de la nada. Enseña el que sabe, el resto aprendemos y respetamos.
En una ciudad con tantas y tantas asignaturas pendientes, hay una y por encima de todas que empieza a estar ya en entredicho: Fiestas. O más en concreto, la Concejalía. O para ser más exacto aún, sus decisiones tomadas hasta la fecha. Decisiones que por reiterativas no dejan en buen lugar a la tan recurrida y excusante casualidad.
Ejemplos, varios. El Carnaval de Verano se pospuso ante la falta de documentación, el tijeretazo en la celebración de la Patrona la Virgen de los Milagros o la ausencia en la presentación del pregonero de la Semana Santa al entenderse que se ajusta más con Turismo.
Otro más. La Asociación de Autores de Carnaval dimitió en bloque al quedar desautorizada después de aprobar la no participación de coros y cuartetos en el concurso del Muñoz Seca. Estén avisados pues se apunta que éste “se hará de la mejor manera”.
La Cabalgata de Reyes ha sido la penúltima. El relevo de las coronas fue el anticipo. La citación por parte de Fiestas (que no de Gabinete) y la posterior anulación (se olvidó la desconvocatoria en parte). El pasodoble del 4 de diciembre era más importante.
El traspaso fue premonitorio con el desangelado, inadecuado e incatalogable acto, con el lugar y el horario elegidos vislumbró lo que ocurriría. Los comentarios son los que son y ante eso nada o poco se puede hacer. ¿El pueblo sigue siendo soberano? Éste ha hablado alto y claro.
Ya ni los voceros oficiales son capaces de aguantar y silenciar tanta incompetencia. Los denostados panfletos, que diría aquel, cambian de bando. Ahora toca edulcorar con tinta los desmanes e improvisaciones del nuevo mandamal.
Y es que la ilusión de los más pequeños es intocable. Se sigue haciendo. El estar a la altura de las circunstancias debiera ser de manual.
Saber estar sigue siendo lo más complicado de realizar en esta vida. Nada como saber qué hacer en cada momento. Ser digno del cargo y saber gestionar la responsabilidad que tiene éste. Después puede llegar a ser hasta previsible y vergonzante de ver cómo el Rey Gaspar (o su encarnación) se va despojando de todo aquello que le molesta por el camino.
Sin más, sin reparo, sin miramientos. Se lo permiten. Todo está ya permitido y lo que es peor, todo vale. Las tragaderas de esta tierra es lo que tiene. El colofón final fue la pitada y la desaprobación del respetable que estoicamente aguardaba un cierre mudo.
Una clausura en la que no se oyó nada más que un mitin politiquero. No creo que sea cierto que haya poca paciencia respecto a las medidas que se toman por parte de este Ayuntamiento, simplemente el tiempo de respuesta debe estar acorde a las proclamas del que tenía las soluciones a todos los males.
El cutrerío tiene -debe- los días contados.
Amigo Quique, febrerillo el loco está a la vuelta de la esquina, ponte en lo peor que una nueva reválida toca. Tic, tac, tic, tac.
Quique Pedregal | Pues mira, Luismi, yo me quedé en El Puerto para ver la Cabalgata de Reyes. Me habían hablado de las excelencias de otras ciudades vecinas, pero no quise arriesgarme al abrigo de cantos de sirena. Estaba hecho a la idea, ya se sabe que con dos niños pequeños es lo que toca.
Y hete aquí que llego a las puertas de la Prioral y veo un batiburrillo de estandartes que me sonaba de otros años y escucho una voz por megafonía. No sé, que esperaba yo un templete, un tejadillo o un paraguas para que el Niño Jesús no cogiera frío en esa pared enladrillada con piedras más que centenarias.
Pero nada, que armado de valor e ilusión, nos metimos en una bocacalle para evitar la aglomeración, y presencié la lentitud de estas cosas, que quizá merecieran una especie de Diputado Mayor de Gobierno (bueno, llámenlo de otra forma para que nadie se ofenda). Menos mal que unas chicas vestidas de Mamá Noel y unos cuantos figurantes disfrazados de personajes de películas de cine infantil (americano y capitalista) iban y venían procurando animar el cotarro, mientras un grupo afro tocaba los timbales con gran alegría y alborozo.
Se lo curraron tela del telón. Eso sí, lo justo es reconocerlo, las carrozas eran preciosas y estaban bien trabajadas. Total, que toda la familia estaba ya “arrecía” perdida cuando tomamos la decisión de irnos para casa a esperar a sus Majestades en esa gran noche de magia para los niños.
Por cierto, qué curioso que en mi casa los tres Reyes Magos del Belén tengan corona y que sean uno negro, otro con barba blanca y otro con barba marrón; y qué curioso que por la mañana del día 6 se habían bajado de los camellos y estaban adorando al Niño Jesús. Cosas que pasan, oye.
Pero comenzaron los pitidos en mi móvil y, por lo que pareció una marea de desencanto generalizado, en la Plaza del Castillo. Uno decía por Whatsapp que Gaspar no tenía barbas y que era una señora. Otro notificaba en Facebook que ni fuegos artificiales, ni globos luminosos ni ná.
Otro respondía en un comentario que la concejala de turno había tomado la palabra para agradecer a los implicados y que “este equipo de gobierno…”. El año que viene me voy a Madrid, Luismi. Lo que yo te diga.