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El pobrecito hablador

Vidas premasticadas

Ves a alguien por la tele y crees a pies juntillas sus críticas, su basura dialéctica disfrazada con Armani y canas

Todo empezó con las cadenas de comida rápida. Llegas, pides, consumes. Pero rápido, porque tiempo perdido es dinero perdido. No hay hueco para la sobremesa, para compartir un rato de charla mientras almuerzas. No te preocupes de lo que te llevas a la boca, no te hará daño, o al menos eso te prometen, te alimenta e, incluso, está hasta bueno. Esa forma de consumir ha calado a todos los sectores de la sociedad, a todos los ámbitos de nuestra vida diaria. Se organizan citas rápidas para encontrar pareja, y la rechazamos porque no nos gusta su acento, para qué profundizar más. Leemos los titulares de los periódicos, quizás le echamos un vistazo rápido a alguna foto, y ya está. Es suficiente. No tenemos la necesidad de contrastar, de leer en profundidad, de razonar, eso es para intelectuales rojeras, gafas de concha y bolsos de cuero colgados del hombro.

Pensar cansa. Saborear agota. Es mejor no protestar, aguantar mientras sientes que te tiran de los pantalones hacia abajo que oponer resistencia. Y cuando notas el frío al final de la espalda, despotricar en la barra del bar. Ves a alguien por la tele y crees a pies juntillas sus críticas, su basura dialéctica disfrazada con Armani y canas. No merece la pena manifestarse, no sirve de nada luchar por tus derechos, no importan la justicia, la verdad, la ética; lo que realmente te pone las pilas es un nuevo móvil, los vídeos de un impresentable que habla como si tuviera la boca llena de mantecados, una rebajita en los vaqueros. Claro que si, guapi.

Y no nos pararemos ahí. Pronto, elegiremos a nuestro Presidente en un Gran Hermano De Luxe. Mandaremos mensajes al 555 con la frase “Sé fuerte”, “No es No”, “Cuñadismo” o “Podríamos no pelearnos” para depositar nuestro voto a la candidatura correspondiente, mientras el presentador vende colchones de látex, y los tertulianos despellejan a su rival sacando a la luz una relación tempestuosa con Belén Esteban, allá en su juventud.

¿Y quién ganaría? Está claro: el participante que no se mete en nada, no habla, no hace edredoning y se pasa todo el día caminando por el jardín como si le hubiera dado un apretón y no llegara al baño. Vamos, como ahora.

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