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Atarazanas por consenso

El pacto entre Cultura y Adepa permitirá apreciar el conjunto de edificios que fueron conformando las Atarazanas

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  • Atarazanas -

La Consejería de Cultura y la Asociación de Defensa del Patrimonio de Andalucía (Adepa) han cerrado, tras nueve meses de intensas negociaciones, un acuerdo sobre el proyecto de reforma de las Atarazanas, en virtud del cual la entidad conservacionista retirará el recurso que presentó en su día ante los tribunales, los cuales dictaron la suspensión cautelar de la licencia de obras otorgada para la ejecución del proyecto diseñado por el arquitecto Vázquez Consuegra, por el presunto riesgo que podría entrañar para la integridad de este Bien de Interés Cultural.

Si bien está lo que bien acaba, hay que felicitar a ambas partes por la capacidad de diálogo, la flexibilidad y la voluntad de llegar a un acuerdo demostradas durante este tiempo, fruto de las cuales será una rehabilitación de los antiguos astilleros medievales en la que podrán reconocerse tanto la Junta, su propietaria, como Adepa, ya que el proyecto resultante, a falta de las modificaciones que ha de introducir Vázquez Consuegra, podría atribuirse mitad por mitad a la Consejería y a los conservacionistas.

Pero no nos engañemos tampoco. Si Cultura ha accedido a negociar sobre las reivindicaciones de Adepa ha sido forzada por la suspensión cautelar lograda por esta última ante la Justicia. Por otra parte, en el seno de Adepa se ha acabado imponiendo la corriente posibilista, partidaria de llegar a un acuerdo impensable “a priori” por la magnitud de las concesiones arrancadas según el cuadro-resumen elaborado por nuestra compañera María Román; una corriente posibilista, decíamos, frente a la escéptica o radical, que preconizaba la total excavación del inmueble y que no confiaba en absoluto en la voluntad negociadora de la Junta de Andalucía.

Esta posición equivalía al todo o nada, ya que el juez podía acabar levantando la suspensión cautelar y dando luz verde al proyecto redactado por Vázquez Consuegra, con lo cual los conservacionistas no habrían visto satisfecha ninguna de sus reivindicaciones, o bien convirtiendo la suspensión cautelar en una anulación definitiva de la licencia de obras y por ende del proyecto de Consuegra. Esta posibilidad supondría la consolidación de la situación actual, con un edificio cerrado “sine die” y con la pérdida del patrocinio (15 millones de euros) de La Caixa para intervenir en el mismo.

Cesiones mutuas

En una negociación, cuando dos partes se sientan a una mesa y ninguna las tiene todas consigo no hay más remedio que hacerse concesiones mutuas, por lo que al final nadie se levantará satisfecho al 100%. En este sentido, podríamos decir que Cultura y Adepa han cedido en sus pretensiones en un 50% aproximadamente, lo suficiente como para que hoy la reforma de las Atarazanas no sea ya más motivo de discordia entre el poder político y el económico y la sociedad civil representada por Adepa.

No obstante, deberíamos preguntarnos -y la Consejería de Cultura la primera- si no se podrían haber ahorrado todas estas tensiones y no haber perdido un tiempo precioso si se hubiera actuado de otra forma y al menos dialogado previamente con los conservacionistas sobre las líneas rojas que no debían haberse superado a la hora de redactar las bases del concurso de ideas que ganó Vázquez Consuegra con un proyecto acorde a lo que se pedía en el mismo: convertir las Atarazanas en un moderno centro cultural sin más, pero perdiendo la oportunidad, por mucho que el arquitecto defendiera la reversibilidad de sus intervenciones, de, con el patrocinio de La Caixa, recuperar al menos una parte de los antiguos astilleros sepultados bajo toneladas de escombros.

Si Cultura ha accedido finalmente a que se excaven dos naves hasta su cota original y a crear un corredor arqueológico interior, para el que habrá que extraer unos 5.000 m3 de tierra, y a entre otras concesiones fruto de su diálogo con los técnicos de Adepa (José García Tapial, Fernando Mendoza y Fernando Fernández han jugado un papel esencial) eliminar la cafetería con vistas a la Giralda (las hay más cercanas, como las de hoteles de la calle Alemanes y Plaza Virgen de los Reyes) y la plaza abierta a la calle Dos de Mayo, ¿no pudo haber acordado estos criterios con los conservacionistas y haberlos incluido en las bases del concurso de ideas?

Participación

Nos hallamos en un nuevo tiempo, marcado por la crisis económica y la cada vez mayor exigencia ciudadana de participación en los asuntos públicos, en el que ya no encajan esos concursos de ideas en busca de un arquitecto-estrella para proyectos en los que apenas importe la función que ha de desarrollar un edificio o su historia, sino su conversión en un icono “per se” o como símbolo del mandato del político que los convoca e independientemente de su coste económico. Este lo acaban pagando siempre los contribuyentes y va en detrimento de otras opciones más baratas y útiles o de servicios públicos e hipotecando la gestión de los dirigentes posteriores.

El paradigma de esta política de “grandeur”  son las faraónicas Setas de Monteseirín, a las que éste desvió más de 100 millones de euros de los sistemas generales de la ciudad y para alzar un mero envoltorio del nuevo mercado de la Encarnación, que el arquitecto José Antonio Carbajal había diseñado previamente con un coste comparativamente irrisorio.

Manuel Del Valle, ex alcalde de Sevilla y ex presidente de la Fundación Atarazanas, ha declarado que “lo que se haga en un edificio que data de 1258 debería permitir que pudiera reconocerse el edificio en toda su historia”.

Pues bien, la gran virtud del pacto alcanzado entre la Consejería de Cultura y Adepa para un nuevo proyecto sobre las Atarazanas es que, como bien dice García Tapial en línea con Del Valle, se va a poder apreciar el conjunto de edificios que han conformado este inmueble de 8.000 m2 cubiertos (casi una hectárea): la muralla almorávide, la barbacana almohade, los astilleros de Alfonso X el Sabio, el asentadero de la Carrera de Indias y la maestranza de Artillería.

Costes

Estas excavaciones no deberían suponer “ a priori” un incremento en el coste del proyecto diseñado por Vázquez Consuegra, ya que se compensarán con el ahorro obtenido por la eliminación de los micropilotes y encepados (unos dos millones de euros) a los que habría que haber recurrido para sostener la recarga que habrían supuesto la cafetería y otros elementos en las naves superiores. El peso se aligerará también retirando los grandes bloques de hormigón que como refuerzo (pero sobre la zona de la muralla) instalaron los militares para almacenar con mayor seguridad las piezas de artillería.

Y ésta es otra lección del acuerdo sobre las Atarazanas: no hay un solo e inmutable criterio arquitectónico (se ha sostenido que el relleno no puede retirarse sin comprometer la estabilidad del edificio; que todos los museos tienen una cafetería; que los micropilotes eran indispensables; que los lucernarios había que taparlos con una escalera mecánica…) y que técnicamente las cosas pueden hacerse de otra manera cuando se confrontan arquitectos entre sí y los políticos no quedan al albur de una opinión única.

No es, empero, momento de reproches ni de volver la vista atrás, sino de felicitarnos todos por este acuerdo fruto del diálogo y por la oportunidad que supone de recuperar para Sevilla el equivalente, por su extensión y su importancia histórica, a una catedral civil.

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