El gobierno de Espadas ha iniciado un zafarrancho de limpieza de Sevilla en respuesta a la campaña que, emulando a Zoido cuando éste lideraba la oposición (recuérdese el banco roto de Bellavista y la retirada de suciedad, pala en mano, en el Vacie) lanzó a la vuelta de las vacaciones de verano el nuevo portavoz del PP, Beltrán Pérez.
Pérez, que se rodeó de representantes de una veintena de asociaciones vecinales, denunció lo que calificó como “falta de limpieza” de la ciudad por el nulo funcionamiento de la recogida neumática de residuos, contenedores y papeleras llenos, presencia de ratas y “baldeos que brillan por su ausencia”.
Con astucia política, el portavoz del PP se apresuró a destacar que no culpaba de la situación a los trabajadores de la empresa de limpieza municipal (Lipasam), los mismos que le ganaron el pulso que le echaron a Zoido con aquella prolongada huelga de recogida de basura, pese a que el aparato de propaganda del entonces gobierno del PP trató de convencer a través de los medios de comunicación de lo contrario (en la práctica ni siquiera se abrió la bolsa de trabajo). Pérez, decía, culpó a la gestión realizada por Espadas y su equipo y retó al alcalde (otra vez imitando el estilo de Zoido) a ponerse al frente “con los Distritos, los vecinos y Lipasam para conseguir una ciudad más limpia”.
Reparto de culpas
Así se las ponían a Fernando VII. El presidente del comité de empresa de Lipasam, Antonio Bazo, recogió el guante lanzado por Pérez y declaró inmediatamente después: “Obviamente, la falta de limpieza en las calles de la ciudad es cierta”. Bazo, para no malquistarse plenamente con unos y con otros, culpó a partes iguales al PP y al PSOE. Al primero, por las restricciones a la contratación impuestas por el Gobierno de Rajoy, que habrían provocado la no sustitución de 180 trabajadores de la plantilla de Lipasam, especialmente en el servicio de limpieza viaria. Al PSOE, que equivale a decir el gobierno de Espadas, porque “habiendo podido mover ficha para corregir la situación, no lo ha hecho”. ¿Soluciones apuntadas por el sindicalista? La primera, la esperable: “Meter más plantilla”. La segunda, ajustar el trabajo a la (menor) plantilla existente.
Viéndose cercado por la oposición y por su propia empresa pública en un tema sensible para los sevillanos (la falta de limpieza de las calles fue señalada como el cuarto problema de la ciudad en el sondeo publicado por Viva Sevilla antes de las vacaciones de verano), Espadas ha reaccionado realizando 119 contratos especiales hasta final de año en Lipasam (así contenta al comité de empresa y frena las acusaciones de inactividad por parte de la oposición), a los que ha unido 25 con cargo al plan especial de Navidad; presentando 12 nuevos camiones de recogida y 8 barredoras, con un coste de 4 millones de euros; destinando 1,3 millones a diez motocarros, tres camiones portacontenedores y compras de bolsas de plástico para los dos próximos años, y anunciando la adquisición de 10.000 nuevas papeleras.
Causa y efecto
Por más que Espadas gaste millones (anuncia 9 más en compras para 2018) en camiones, barredoras, bolsas y papeleras, es poco probable que Sevilla deje de estar sucia porque parafraseando a James Carville, el jefe de campaña de Bill Clinton que dijo aquello de “es la economía, estúpido”, lo nuestro no es una cuestión de más equipamiento, sino de más educación cívica. Por tanto, cabe decir “¡es la educación, estúpido!”.
Y es que con las barredoras, los camiones, los motocarros, los contenedores y las papeleras se atiende a las consecuencias, pero no a la causa del problema, que es esencialmente nuestro proverbial vandalismo y ausencia de sentido cívico.
Vamos a ver un ejemplo real del aserto de que no es cuestión de papeleras.
Creo recordar que fue en marzo de 1997 (por lo tanto se habrían cumplido en este 2017 veinte años, un aniversario no recordado, por razones obvias) cuando una delegación oficial de la ciudad de Sevilla, presidida por la entonces alcaldesa, Soledad Becerril, y acompañada, entre otros, por la infanta Cristina y por el exciclista Miguel Induráin, acudió a la sede del Comité Olímpico Internacional en Lausana (Suiza) a defender la candidatura hispalense para organizar los Juegos Olímpicos de 2004.
En Lausana
Acompañamos a la clase política periodistas de la mayoría de los medios de comunicación locales existentes en aquella época. En uno de los cambios de impresiones tras nuestro desembarco en la capital del COI, que aún presidía el ya desaparecido Juan Antonio Samaranch, Soledad Becerril nos preguntó a algunos periodistas qué es lo que más nos había llamado la atención de la ciudad suiza.
Varios coincidimos en la misma apreciación, porque saltaba a la vista: la extraordinaria limpieza existente en las calles, donde no se veía ningún residuo por el suelo. Pero lo más impresionante de todo es que aquello ocurría pese a que ¡no había papeleras! Cuando la alcaldesa comprobó que también habíamos reparado en esa singularidad, se le iluminó la cara, y exclamó: “¡¿Verdad que sí?!”.
Sus palabras fueron como la expresión de un deseo de lo mismo que ella habría querido para Sevilla y su alegría por que constatáramos que no era una utopía inalcanzable porque en la civilizada Europa se había conseguido.
El precedente de la Expo
Recordé entonces cómo la Sociedad Estatal para la Exposicion Universal de 1992 había estudiado los mecanismos psicológicos y sociológicos para lograr mantener limpio el amplio recinto de la Muestra. Según el análisis de sus técnicos, si la Expo estaba limpia como una patena, los visitantes se verían condicionados psicológicamente para no ensuciar los suelos, pero si veían suciedad acumulada en las calles y jardines de la Cartuja, aquélla tendería a incrementarse por un “efecto llamada”: no sentirían vergüenza por arrojar residuos pensando en que hacían lo mismo que todos. Para conseguir el contraefecto “patena”, la Organizadora dispuso de un ejército de barrenderos que repasaban continuamente los espacios públicos y vaciaban papeleras y contenedores. Gracias a aquella estrategia de seguimiento continuo, la Expo relució limpia hasta casi el final, cuando ya los visitantes se sintieron con la confianza suficiente como para comportarse en sus avenidas como si fueran una prolongación de las calles de Sevilla.
La diferencia esencial entre nuestra ciudad y Lausana es que allí no había una legión de barrenderos detrás de la gente y ni siquiera papeleras donde arrojar nada, ante lo cual la única opción era guardarse los residuos en los bolsillos o, simplemente, no generarlos.
Este cuidado se veía por todas partes y en todos los detalles. Otro ejemplo: en la calle del hotel en que nos alojábamos los periodistas se preparó una mañana una obra que iban a ejecutar inmigrantes asiáticos. Lo primero que hicieron fue extender sobre el asfalto una gran lona negra sobre la que luego fueron depositando la arena, los adoquines, el cemento, la hormigonera… Cuando por la tarde acabaron su trabajo, envolvieron con la lona los restos de la obra, la cargaron en un camión y la vía pública quedó como si allí no se hubiera hecho nada. Y entonces rememoré un encuentro con Manuel Del Valle, cuando aún era alcalde, en que le preguntamos los periodistas por unas obras de la preExpo y llegó a responder con su habitual seriedad: “Dejan las calles peor de lo que estaban antes”.
No hace falta remontarse a veinte años atrás. El sábado jugó el Betis contra el Alavés en Heliópolis. Antes del partido aparcó una furgoneta en una avenida de Los Bermejales. Sus ocupantes se bajaron y se pusieron a comer tranquilamente unos bocadillos. Cuando acabaron arrojaron al suelo las bolsas en que venían envueltos y las servilletas de papel que utilizaron, con total naturalidad por no decir impunidad.
Tenían a su izquierda, a pocos metros, una papelera y dos contenedores de basura. Enfrente, otra papelera y contenedores hasta de papel, plástico y vidrio. No se preocuparon de usar ninguno.
El remedio, pues, no es comprar 10.000 papeleras más, sino educar a 690.000 sevillanos.