Lo de Cataluña está muy bien como materia periodística, pero no debe hacernos olvidar que la vida es mucho más que ese querido territorio, y he aquí que llega el día quince de noviembre, cuando celebramos el Día Mundial sin alcohol.
No soy yo muy partidario de estas celebraciones señaladas en los calendarios. A primeros de diciembre todos nos tenemos que poner el lacito rojo contra el sida, para olvidarlos del sida al día siguiente, y cuando llega la banderita todos nos pinchamos la ídem en la solapa para que se sepa que el cáncer existe.
Pero es conveniente hacerse eco de este Día sin alcohol que, me he preocupado en leerlo, no trata de convertirnos en una sociedad abstemia, puesto que aquel que pueda beber sin descomponer su vida ni martirizar a su familia hace muy bien en beber, sino de alertar sobre los peligros de un consumo desordenado que mata cada año a cientos y cientos de miles de personas.
Ya he escrito mucho sobre los grupos de Alcohólicos Anónimos, esos hombres y mujeres víctimas del alcoholismo, de la enfermedad del alcoholismo, porque conviene recalcar que el alcoholismo es una enfermedad, y he explicado que son auténticos héroes luchando veinticuatro horas tras veinticuatro horas para conseguir no tomar la primer copa que lleva a la segunda copa y de ahí a la enésima, hasta acabar con la dignidad por los suelos.
Sí. El alcoholismo es una enfermedad, como la diabetes o el cáncer. Sé que algunos de mis lectores dirán que tururú, que el que bebe más de la cuenta es porque le da la gana, porque es un vicioso o un irresponsable. Pues resulta que no, queridos lectores. De la misma forma que yo no puedo evitar una genética proclive al cáncer, hay personas que padecen una adicción terrible que los obliga a beber hasta caer sin conciencia.
Y es por ellos, por su dignidad herida, por la que os invito a que celebraremos este quince de noviembre el Día Mundial sin alcohol. ¿Cómo? Lo explico: no hace falta que, los que podemos beber, dejemos de beber ese día. Se trata de que nos hagamos cargo del dolor de esas personas que no tienen la suerte de nosotros, que podemos tomar dos copas y parar. Son enfermos y no porque lo diga yo, sino porque lo dice la Organización Mundial de la Salud. Pues eso: Salud.