La escritura ha sido su compañera de vida, especialmente la poesía, y así la enseña en las aulas este profesor de instituto, como un género que “alienta a todas las artes”. Es uno de los poetas más reconocidos de Jaén, un hombre meticuloso, un observador de la ciudad en la que vive.
Juan Manuel Molina Damiani (Jaén, 1958) es un crítico y poeta anclado en Jaén, una ciudad que lo convierte, que le hace pasar de un Juanma agradable, a un adusto Molina Damiani. En los tiempos que corren, reconoce que “Jaén es un poema en ruina”, por “la falta de conciencia, la dejadez ciudadana y la irresponsabilidad democrática” de esta ciudad. Prepara la publicación de ‘Viento del Frente, pueblo del Sur. Miguel Hernández en Jaén, 1937’, un ensayo que verá la luz en breve.
Como conocedor de la obra del poeta que en tiempos de la Guerra Civil ya hizo un retrato de los jienenses, Molina Damiani afirma que esa realidad “aún puede valer” para el Jaén de ahora mismo. “Miguel Hernández hizo una crítica hiperrealista, trascendental, pero muy incómoda, de cómo era la mesocracia de Jaén y su provincia y esa pusilanimidad con la que nos comportamos en Jaén, y la relaciona con nuestro retraso y podredumbre. Nos tenemos que mirar en el espejo del 37”, afirma.
Asegura que “Jaén tuvo su tiempo y fracasó” y aconseja la necesidad de un “ejercicio para reactivar conciencias y una regeneración política”.
Profesor de Filología Hispánica en el IES ‘Las Fuentezuelas’, no olvida la necesidad de regenerar ámbitos como el de la Educación, en el que lleva trabajando desde los ochenta. “En las aulas hay mucho talento y creatividad, pero estos no son ahora valores de cambio en el organigrama escolar”, denuncia el crítico. Apuesta por la creación como “instrumento didáctico” y cree en los talleres, por su “altísima rentabilidad educativa”, lamentando que no formen parte del currículo académico en Secundaria.
En clase, se esmera para que sus alumnos reconozcan la poesía como “el aliento” que informa a todas las artes. “Ay de las artes que no estén alentadas por la poesía. Serían imposturas”, dice. La escritura siempre ha sido “un impulso” y lo que en su adolescencia comenzó siendo un “juego”, hoy es un elemento inseparable de su vida diaria. “La poesía viene de manera imprevista, pero ahora no me visita con mucha frecuencia”, bromea. Sobre su método, declara que “la poesía se deja escribir en cualquier sitio porque antes de ser escritura es una dicción, una respiración y una música”. Fue en la década de los ochenta cuando comenzó a publicar. “No me ha venido mal el trabajo intelectual, como crítico y ensayista. Al creador le viene bien pensar en la escritura de los demás y al profesor, hacer obra creativa”, afirma.
Con los poemarios ‘Salvoconducto’ (1984-2002) y ‘Tierra de paso’ (2011) Juan Manuel Molina deja la huella de una pluma meticulosa, la de un escritor para el que la poesía es rebelión y revelación. “La poesía, en un momento determinado, no eres tú el que la hace, es ella la que te hace. El poema te escribe”, afirma.
No se atrevió a publicar antes porque ha tratado con grandes maestros. “Cuando te las tienes que ver con ellos, eres pudoroso y cauto”, recuerda. A su obra “no le vendría mal un expurgo serio de poemas”. Al ser un poeta realista ha dicho “muchas bobadas”, como “las que se dicen en estos tiempos, especialmente desde los foros políticos, artísticos, periodísticos y educativos”. Molina señala al poeta de hoy día “como un bobo más de este circo”.
Pero el poeta también puede ser un “genio” y “no deja de ser un sospechoso más” de esta sociedad tan prosaica. “El poeta, desde quienes lo ven como un vidente, un loco e inadaptado, o se pone de palmero o siempre levanta sospecha”.
Acepta su parte de culpa por haber consentido que Jaén sea un poema en ruina. “Jaén sigue siendo tierra de paso. No hemos generado expectativa de permanencia. Se va a ir mucha memoria fuera. La despoblación es tremenda y eso no lo resuelve una ITI, pero sí la conciencia de que tampoco conviene huir”, espeta. Molina Damiani dice que “para ser de verdad, hay que ser ingenuo” y que el punto naif de los artistas vendría bien para “cambiar un modelo de ciudad competitiva, con envidias mal curadas que no llevan a ninguna parte”.