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Las cinco corbetas para Arabia Saudí que no iban a ninguna guerra

La decisión de contratar los buques de guerra la tomó Arabia Saudí para contrarrestar el rearme de Irán en el Golfo Pérsico y como elemento disuasivo.

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  • Joven yemení en un cementerio civil. -

El secretario del comité de empresa Navantia San Fernando, Manuel Jesús Aranda, ha ido en estos días el dedo en la llaga sobre el fondo del asunto, la difícil tesitura de ser fabricante de armas y los problemas de conciencia por su uso discrecional.

“Nosotros también somos progresistas, pero tenemos claro que lo primordial es dar de comer a las familias deprimidas de una zona como la Bahía de Cádiz que cuenta con un 40 por ciento de paro”. Eso y otra razón más. Llevan decenas de años construyendo buques de guerra que en vez de matar a gente se dedican a sacarla de las aguas del Mediterráneo salvándolas de una muerte cierta o vigilan que los piratas no secuestren barcos pesqueros. Pero son barcos de guerra.

La firma del contrato, en negociaciones desde el año 2015, se produjo en julio por un importe de 1.800 millones de euros, suponiendo una carga de trabajo global de siete millones de horas para los astilleros de Cádiz, Ferrol y Cartagena y su industria auxiliar.  6.000 empleos entre directos e indirectos desde finales de 2018 a 2022, cuando se entrega el último barco.

Las declaraciones de la ministra de Defensa, Margarita Robles, sobre el buen fin de un contrato de venta de bombas guiadas -que ni siquiera son de fabricación española- a Arabia Saudí pone en peligro las relaciones de este país con España. Y son unas relaciones de cerca de un billón de euros que se ven salpicado por unos condicionantes ideológicos basados en probabilidades de que esas armas se usen contra los rebeldes de Yemen.

Las corbetas, sin embargo, no tienen ni han tenido nada que ver con esa guerra, ni en su concepción ni se espera que tengan que ver de acuerdo a cómo se han sucedido los hechos y las previsiones de que termine el conflicto. Que es este caso sí es posible la duda.

El conflicto en Yemen tiene sus orígenes en un levantamiento que siguió a la Primavera Árabe, en 2011, que forzó al entonces presidente Ali Abdullah Saleh a entregar el poder al vicepresidente, Abd Rabbu Mansour Hadi.

La transición política, que se suponía iba a llevar estabilidad al país, fracasó y provocó una complicada lucha de poder entre los simpatizantes de Saleh, el movimiento rebelde de los hutíes y las fuerzas de Hadi. Saleh, que había gobernado Yemen durante más de 30 años, se unió a los hutíes para expulsar a Hadi de la capital, Saná.

Desde 2014, Saleh y los hutíes controlaban la capital. Pero a principios de diciembre de ese año esta alianza colapsó y culminó en la muerte de Saleh.

En 2015 Arabia Saudita, alarmada por el avance de los hutíes, un grupo que considera está apoyado militarmente por Irán, la potencia regional chiíta y su feroz enemigo, lanzó una campaña militar aérea para restaurar al gobierno de Hadi.

La coalición saudita acusa a Irán de que, al aliarse con los hutíes, está tratando de expandir su influencia en los países árabes, incluido Yemen, que comparte una larga frontera con Arabia Saudita.

La coalición de Arabia Saudita recibió apoyo logístico y de inteligencia de Estados Unidos, Reino Unido y Francia. El gobierno de Estados Unidos llevó a cabo también incursiones aéreas regulares contra posiciones de al Qaeda y del autodenominado Estado Islámico en Yemen.

Otras potencias occidentales, incluidas Reino Unido y Francia, habrían abastecido con armas e inteligencia a la coalición de Arabia Saudita.

Irán, por su parte, ha negado que esté armando a los rebeldes hutíes. Pero en 2016, el Ejército estadounidense informó que había interceptado, por tercera vez en dos meses, armamentos de Irán dirigidos a Yemen. También ha habido informes de que Irán ha enviado a asesores militares a Yemen para apoyar a los rebeldes hutíes.

Un conflicto geoestratégico más

Yemen se sitúa en el sur de Arabia.

Como se puede observar de estos datos obtenidos de un completo estudio difundido por National Geographic en la región, se trata de un conflicto geoestratégico en el que están involucrados actores secundarios -o no tanto- con intereses en la zona.

Por parte de Arabia Saudí porque tiene en sus propias fronteras un estado islámico en el que se están parapetando todos los movimientos islamistas expulsados de Siria e Irak.

Por parte de EEUU por una simple reacción de defensa de su aliado en la región, mientras que los otros dos países europeos, además de los intereses comerciales, están obligados a mantener a raya cualquier avance del islamismo hacia países al menos manejables, aunque políticamente incómodos como el saudí.

Sin embargo, Arabia Saudí no supo prever que la guerra durara tanto cuando se trataba de una formidable coalición de países del Golfo contra un grupo de rebeldes. De ahí que señale a Irán como elemento indispensable para esa resistencia, cuando no como instigador de los orígenes de problema.

Sí es cierto que la demostrada brutalidad de Arabia Saudí contra los rebeldes yemeníes -el país más rico de la zona contra el país más pobre y destruido- abona el terreno para que las sociedades occidentales condenen una guerra desigual que los árabes creían que finalizarían en pocos meses.

Aunque no lo es menos la bien ganada fama de los yihadistas de utilizar como escudo humano a la población civil y presentarla luego como víctima de la crueldad del enemigo. Es una guerra y todos los bandos juegan despreciablemente sucio.

El desprestigio de Arabia -alentado por fuerzas políticas de izquierdas como Podemos en España que siempre se ha mostrado contrario al contrato de las corbetas- favorece los intereses de Irán, antagonista de Arabia en la zona.

Una falsedad

La oposición mostrada por Podemos al contrato de las corbetas para Arabia Saudí -en general a cualquier tipo de relación- se ha querido confundir de forma más o menos encubierta con la guerra en Yemen y el uso que de esos buques y la tecnología punta que los acompaña pudiera hacer contra los rebeldes hutíes.

Sería una falsedad mezclar una con otra por cuanto y aunque el conflicto con Yemen comenzara precisamente el mismo año en que comenzó a negociarse el contrato, potenciar su flota ya estaba en los planes de Arabia Saudí y no pensando precisamente en Yemen, sino para contrarrestar el rearme de la Armada iraní en el Golfo Pérsico.

Atendiendo también a las fechas y como se decía antes, tratándose de una guerra que los saudíes esperaban solventar en pocos meses, más apurando que el plazo para la última corbeta es el 2022, cuando la guerra -se espera- ya ha terminado, sólo cabe esgrimir motivos éticos referentes a la venta de armas en general antes que mezclar cuestiones que no tienen que ver entre sí.

No construir barcos

Luego está el otro argumentario de Podemos en lo que respecta a la transformación de Navantia en una empresa que abandone la construcción militar por otros productos con los que podría posicionarse en el mercado.

Podría ser e incluso se trabaja en la diversificación de la producción actual. Pero no hay que olvidar un dato. Navantia hoy en día es una de las empresas de más prestigio en el mercado internacional precisamente porque España tiene tras de sí tres siglos de experiencia en la construcción naval militar.

En otro sector industrial tardaría muchos años en lograr el reconocimiento internacional del que goza y a esas alturas el trabajo en el sector naval de la Bahía de Cádiz sólo sería un lejano recuerdo que contar a los nietos. Y la ruina total de la comarca.

 

 

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