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Jaén

“Me ha quitado la salud, pero no la sonrisa”

De las 16.107 consultas atendidas este año en el Instituto Andaluz de la Mujer, 3.581 fueron por violencia machista. Una mujer maltratada cuenta su historia

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  • La mujer víctima de la violencia machista, junto a la periodista, durante la entrevista. -

Tiene nombre y apellido, el mismo que hace seis años, cuando recibió la primera y única paliza de manos de su entonces marido, pero esta jienense no es la misma mujer. Al que se ha convertido en su maltratador lo conoció en 2003 y se casó con él en 2008. Desde 2016 está en la cárcel, hoy sale en tercer grado, aunque se enfrenta a una nueva condena por mandar un sicario desde prisión para que le hiciera daño. Independiente económicamente, fuerte y optimista, estas circunstancias la han salvado en años de dolor y terror, de maltrato físico, psicológico y a su patrimonio. Las secuelas físicas no han desaparecido y las psicológicas perviven en una mujer que fue anulada, que aún vive con miedo, pero que hoy, a sus 50 años, mira a la vida con la seguridad de que de la violencia machista se sale.

¿Cuándo se da cuenta de que es una mujer maltratada?

El día que me pega la primera y única paliza que me ha dado.

¿No detectó nada antes?

Esto no se desencadena de la noche a la mañana. Empieza de una manera sibilina. Siempre estaba protestando porque no tenía dinero. Al principio tuvimos una relación de idas y venidas y decidí no verlo más. Me llamó y me prometió que no volveríamos a tener un problema y yo me lo creí. Nadie elige de quién se enamora.

¿Y cumplió?

Antes de casarme, vivimos tres años maravillosos.  Hubo personas que me advirtieron que en su anterior relación hubo problemas de maltrato, pero incluso quienes lo conocían como maltratador me dijeron que todo el mundo necesita una segunda oportunidad, que quizás sería conmigo con quien debería haber hecho su vida.

¿Cuándo le pegó la primera paliza?

La noche del 10 al 11 de junio de 2012. Habíamos ido a Granada al bautizo de un sobrino suyo. Empezó a beber muy temprano. Al volver a la habitación del hotel se puso agresivo, discutimos por el mando de la televisión, y le recriminé que se acostara vestido. Se vino a por mi y me pegó un tortazo que me rompió un cóndilo mandibular. Mi reacción fue defenderme, pero empezó a darme patadas. Me metí en el baño e intenté hacer una llamada. Siguió pegándome y ante las voces, llegó la Policía.

¿Denunció?

-Sí, pero retiré la denuncia. Suele pasar. Casi todas las mujeres maltratadas lo hacen la primera vez.  Aunque solo fue una vez es horrible. La sensación es terrorífica. Al mismo tiempo lo odias, lo aborreces, lo perdonas, lo amas, te echas la culpa. 

¿A quién le contó que era una mujer maltratada?

No se lo dije a nadie porque me daba vergüenza. Me decía que yo tenía la culpa de todo y al creérmelo, no se lo quería contar a nadie. Yo me perdí el cariño, existía. Me enamoré. Me envolví en los problemas de un hombre que me ofrecía poco y me pedía mucho. Crees que te quiere, Sientes que te necesita para vivir y te crees importante. Psicológicamente te anula. La familia lo supo el día que me maltrató. Mi cuerpo habló por mi. No se lo podían creer, quedaron en shock.

¿Usted qué necesitaba?

Cariño y aceptación. Necesitas que te tiendan una mano, que te digan que  puedes llamar si sientes miedo una noche, no verte sola.

¿La sociedad mira a otro lado?

Hasta que no he tenido sentencia, ha habido gente que me miraban de soslayo. Tampoco se puede tolerar una denuncia falsa. No cabe broma ante una lacra social como la violencia machista. La mujer que presenta una denuncia falsa tiene que tener la misma pena que un maltratador. También es necesario educar en igualdad, saber detectar el problema y concienciar que el amor es que te quieran bien. Pero eso tiene que empezar por una misma.

¿Se ha sentido culpable?

El sentimiento de culpa es una constante. Pensé que quizás le estaba pidiendo demasiadas cosas, que estaba siendo muy exigente con él. Bebía, era un alcohólico problemático y lo único que le pedía era que se cuidara.  Es un magnífico manipulador y cuando yo le hablaba, le daba la vuelta a todo. Incluso le leía las cartas que le escribía para que no me cambiara el discurso. Su respuesta era que lo único que quería era estar conmigo y ser felices.

¿Era emocionalmente dependiente?

Me di cuenta de que sí. Él se había convertido en el objetivo número uno de mi vida, en mi noche y mi día. Mi vida se centraba en su recuperación, en que se pusiera bien, en que no se enfadara.

¿Cómo se lo agradecía él?

Siempre se enfadaba y me trataba muy mal. Cuando estaba en público, era un hombre magnífico, pero a solas, todo cambiaba. Me ha hecho mucho daño. Me quedarán secuelas toda la vida. Es como si fuera una chincheta que te clavan en el entrecejo, que constantemente te devuelve el recuerdo y te provoca dolor.

¿Cuándo decide separarse?

Cuando me dio la paliza. Yo dije, me tocas una vez, pero no me tocas dos. Me fui de su casa, que arreglé con mi dinero, para vivir ambos. Me fui al campo, pero volvió y me pidió ayuda. Era un alcohólico problemático y se estaba tratando con especialistas. Tuve compasión y decidí ayudarle. Un día llegó al campo y se puso igual de agresivo que la primera vez.  Llamé a la Policía y me sacaron de la casa, donde lo tenía todo. Me fui a mi piso y cuando volví al campo había quemado mis plantas, dejó el riego de agua abierto y me multaron con 3.000 euros y empezó mi calvario. Ahí corté mi relación radicalmente con él.

¿Y los problemas cesaron?

No. Al divorciarme se dedicó a hacerme daño, atentando contra mi casa y mi coche. Me pinchó las cuatro ruedas y me lo rayó. Los destrozos eran continuos y, desde que me divorcié, he tenido que interponerle casi 40 denuncias.

¿Cómo ha sido ese trámite?

La Policía ya me decía que si otra vez estaba allí. Únicamente los agentes que visitaban la casa se mostraron preocupados por mi. Fueron muchas las veces que tuvieron que acudir porque fueron reiterados los destrozos que provocó. Yo misma me tuve que procurar mis propios medios de seguridad, que me costaron una fortuna. Lo grabé varias veces, pero ninguna grabación me sirvió ante la justicia. Contraté un guarda para mi casa de campo y por una llamada suya, lo cogieron saliendo. Se lo llevaron al calabozo y me pusieron una orden de alejamiento, con pulsera, para protegerme, que la mantuve durante un año y medio. Ya teníamos una orden de alejamiento, pero sin pulsera, y no sirvió para nada.

Con la pulsera, ¿se sintió protegida?

Es un sistema que puede volverte loca si tienes a un maltratador como el mío. Mi pulsera por orden de alejamiento (250 metros) sonó en un año 630 veces. Él entraba y salía como quería. Una vez, él estaba cerca de mi casa y llamé a la Policía porque yo tenía que salir. Me dijeron que el maltratador tampoco estaba tan cerca y se ofrecieron a acompañarme.  Les dije que yo no había hecho nada para ir acompañada de dos municipales por la calle, que lo que tenían que hacer era llevarse a ese señor. 

¿Se arrepiente de haberlo perdonado?

Sí y no. Me arrepiento porque no se merecía la oportunidad, pero no me arrepiento porque yo, por mi condición, tenía que tener la certeza de que no me quedara la más mínima duda de que era un hombre violento. 

¿Le ha salvado su posición económica?

Es fundamental tener independencia económica y un trabajo. Sin dinero es muy difícil escapar de un maltratador. Dentro de mi infortunio, he sido una privilegiada porque tengo miedos y formación para defenderme. El maltrato no entiende de clases sociales. Es una lacra que sucede en un piso de trescientos metros y en una chabola. Lo común es que cuando entras a tu casa, eres una mugre.

¿Ha temido por su vida?

En muchos momentos. Es un hombre muy violento. Siempre voy a vivir con ese miedo mientras él siga vivo. No le deseo que le pase nada, sólo que se recupere. Si sigue obsesionado conmigo no va a tener vida ni él ni yo. Así no puedo vivir.

Su maltratador está en la cárcel.

Entró en prisión preventiva el 6 de julio de 2016. Lo condenaron a tres años y cuatro meses de cárcel por los delitos continuados de quebrantamiento, daños y allanamiento de morada, así como por un delito de acoso. Incluso encontré un perro colgado en un árbol.  Tenía una medida de alejamiento y la quebrantó en reiteradas ocasiones. La condena podría haber sido mayor, pero demostrar el maltrato es muy difícil.

¿Fue un alivio?

-Hasta que en marzo de 2016 mandó a un sicario para matarme. Encargó que me clavaran un bolígrafo en el ojo, que me cortaran las piernas y que me quemaran el coche. Yo sabía que había gente ayudándole desde fuera de la cárcel, pero no han querido hacerme daño.

Por eso, ha sido condenado a cuatro años y medio de prisión.

Sí, pero contra la sentencia cabe recurso y hoy sale de la cárcel con el tercer grado

Y eso da miedo.

Tengo miedo a que él no tiene nada que perder y lo único que siente es odio y rencor por estar en la cárcel. A prisión ha ido él solo, no lo he llevado yo. 

¿Entiende tanto odio?

Siempre sufragaba sus gastos y los míos. Se le fue el chollo de su vida. Él dice que por mi culpa lo ha perdido todo. Socialmente está defenestrado, económicamente fatal. Él ya no tiene nada que perder.

Como víctima ¿se siente protegida?

No. Las maneras que tienen de protegernos las distintas administraciones son maneras vacías. En el Instituto Andaluz de la Mujer me ofrecieron una casa de acogida, que yo no necesitaba, y ayuda psicológica, pero ya estaba yendo al SAVA. El primer día con mi orden de alejamiento sonó más de cincuenta veces. Estaba con mis amigas comiendo en un restaurante. Él estuvo tentando la suerte. No consiguieron detenerlo. Entraba y salía de la zona como le daba la gana. Terminamos con dos policías escoltándonos. Él sabe dónde meter su orden de alejamiento para que pierda la cobertura. Ahora que sale tengo que llevar una orden nueva.

¿Cómo ha afectado a su salud?

He estado en tratamiento psicológico. Se me ha desatado una fibromialgia severa. El insomnio es tan atroz que me estoy tratando en un centro del sueño. Tengo muchos problemas físicos.

Pero la sonrisa no la pierde.

Como maltratador me ha quitado la salud, pero no la sonrisa. Soy alegre y ha sido mi salvación. Mi apoyo cuando tuve tanto miedo fue la religión. Soy católica y todos los días rezaba el rosario. Sólo pedía que quería seguir viva.  Todavía tengo capacidad para reír, hacer reír, viajar y dedicarme a mi jardín.

¿Es una situación de la que se sale?

Por supuesto. Sólo hay que buscar fuerzas de donde sea y afrontar la vida con optimismo.

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