En El último hurra, Spencer Tracy encarna a un veterano alcalde que opta a lograr su quinta reelección en el cargo. Por edad y experiencia se las sabe todas para derrotar o anticiparse a sus adversarios, pero también es consciente de las dificultades para hacer prevalecer su discurso con las técnicas de siempre a causa de un nuevo cambio de ciclo: los grandes mítines han dejado de tener sentido y la mejor forma de llegar al electorado es a través de un nuevo gran invento, la televisión. Cambien ahora la televisión por las redes sociales y comprobarán que sesenta años después seguimos haciéndonos las mismas preguntas en torno a la política y al interés con el que se vive y se sigue en cualquier municipio.
El propio Tracy da su respuesta en la película a un sobrino periodista en quien ve oportuno apoyarse para afrontar la campaña. El joven se muestra reacio en principio a la propuesta: ni le gusta, ni entiende, ni sigue la política. Entonces, su tío le pregunta por el deporte más popular del momento en Estados Unidos, y le responde que el beisbol. “Pues eso es política. Millones de personas lo siguen cada día por la radio, los periódicos y la televisión. Puedes estar seguro de que todas esas personas no jugarán al beisbol jamás, pero conocen el nombre y número de todos los jugadores y la táctica que deberían seguir los entrenadores. La política es un juego emocionante seguido de cerca”.
Poco ha cambiado desde entonces, salvo los soportes para los mensajes, y menos aún en el ámbito de la política municipal, donde la correspondencia con el mundo del deporte se hace más evidente: la emoción se repite cada cuatro años, como un mundial, una eurocopa o unas olimpiadas, y los mismos que se siguen preguntando cómo es posible que Grecia ganara la Euro de 2004, hacen lo propio cuando ven que Kichi ha repetido como alcalde de Cádiz, y con más ventaja que en 2015.
Hay cosas que parecen no tener explicación a simple vista; tal vez porque aplicamos los códigos erróneos al analizarlas o, sencillamente, porque necesitan algo más de tiempo para hacerse evidentes. Ha ocurrido ahora en La Línea y Barbate, o en el ya citado caso de Cádiz, pero la sensación es que no dejan de ser excepciones dentro de un panorama provincial más amplio en el que basta con repasar lo ocurrido en los últimos ocho años para recurrir de nuevo de forma inevitable a la máxima lampedusiana de dar paso al cambio para que todo vuelva a estar como antes; es decir, para que todo se vuelva a decidir entre PSOE y PP.
En 2011, a la salida del pleno de constitución del Ayuntamiento de Jerez, los participantes del 15M hicieron un enorme pasillo en la plaza de la Asunción desde el que gritaron y abuchearon a cuantas personas salían del Cabildo Viejo. Cuatro años más tarde, las ideas inspiradas por aquel movimiento llevó a otros muchos a hacer el mismo camino a la inversa: de entrada al pleno, y como ejemplo de lo que fueron denominados como los “ayuntamientos del cambio”. De aquella investidura de 2015 ya sólo queda para el recuerdo la trascendencia de la puesta en escena y las ilusiones de sus protagonistas. Estamos en 2019, y en Jerez y en otros muchos municipios se ha vuelto a alcanzar cierta apariencia de status quo, sólo desestabilizada o enriquecida por la situación de inferioridad en que se encuentran muchos gobiernos locales a los que toca ahora afrontar nuevos retos.
Volvamos al símil deportivo: hay quien sale a arriesgar y, o se queda sin premio en cuanto le pillan en dos contras o triunfa, y quien sale a contener y sabe aprovechar las escasas oportunidades de que dispone. Confiar en esta segunda estrategia te puede reportar victorias importantes, incluso puede hacerte entrar en la historia, pero no te hace memorable. Una misma disyuntiva en la que se encuentran ahora muchos gobiernos recién salidos de las urnas. ¿Quieren limitarse a ganar de nuevo dentro de cuatro años o quieren ser memorables? ¿Quieren ser recordados como la Grecia de 2004 o como la España de 2008? Sin duda, la política es un juego emocionante seguido de cerca.