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Lo que queda del día

Una provincia sin desenlace

Somos una provincia sin desenlace, encallada en debates externos y disputas internas que casi nos sabemos de memoria

  • Rumbo a otro destino -

El diminutivo se ha colado en cualquier conversación que mantengas con representantes de cualquier partido político a la hora de retratar al adversario. Hablo del ámbito local y provincial, donde nadie se oculta al hablar del “nivelito”; del “nivelito de éste” o del “nivelito de aquélla”, como si se autoinmunizaran al pronunciarlo, pese a que su uso siempre va en doble dirección: de la oposición hacia el gobierno, del gobierno hacia la oposición, e incluso entre unos grupos y otros de la oposición. Sólo va en una única dirección cuando el que emplea el término es el votante, familiarizado también con la acepción: en un mundo regido por la tiranía y el falserío de las redes sociales, a veces, puede haber quien vaya sobrado de razones.

Somos infalibles desentrañando los errores ajenos, pero incapaces de admitirlos, e incluso de ponernos de acuerdo a la hora de corregirlos, entregados a la eterna espera de un mirlo blanco mientras nos dejamos llevar por mera inercia, a la vista de que para el despegue prometido siguen sin aparecer las instrucciones o quien las interprete correctamente.

En realidad, casi no hay más, y puede que ni siquiera tenga que ver con el “nivel” de unos y otras, sino con el hecho de que seguimos hablando y escribiendo de lo mismo demasiado tiempo. Somos una provincia sin desenlace, encallada en debates externos y disputas internas que casi nos sabemos de memoria, y en los que hasta puede cambiar el posicionamiento más firme en función de quien ostente el poder, como ocurrió con el viraje del PSOE en el caso del fin del peaje de la AP-4 en cuanto Pedro Sánchez relevó a Rajoy, o como ocurre ahora con las reivindicaciones “históricas” -aquí todo es histórico, aunque sólo sea para darle mayor énfasis- que el PP reclamó durante años y sigue sin atender ahora desde la Junta.

Cuando ambos entiendan que ese desenlace les compete escribirlo a ellos de forma conjunta, mano a mano -o entre izquierda y derecha, si son ustedes de los que desprecian el bipartidismo-, habremos superado este nudo gordiano en el que llevamos más tiempo inmerso que en una telenovela de sobremesa.

Hay en la provincia casi 150.000 demandantes de empleo a la espera de ese capítulo decisivo, de los que casi la mitad tienen entre 25 y 44 años; es decir, buena parte del sector de la población que sigue pagando las consecuencias de la crisis económica de hace una década, tal y como reflejaba esta semana la Encuesta Financiera de las Familias que publica cada tres años el Banco de España. Hay varios datos demoledores, como que el nivel de renta de las familias españolas de 35 años es tres cuartas partes de lo que era la renta de hogares de esas edades en 2010. Muchos de esos parados son víctimas directas de la destrucción de empleo vivida en todos estos años, sobre todo si se encontraban bajo contratos temporales, lo que hacía más fácil despedirlos. Pero es que ahora se enfrentan a otras dificultades, como la temporalidad en el propio empleo existente y unos salarios más bajos que los que se pagaban en 2008.

“¿Qué les queda por probar a los jóvenes / en este mundo de consumo y humo?”, se preguntaba Mario Benedetti en uno de sus poemas: “Sobre todo les queda hacer futuro/ a pesar de los ruines de pasado/ y los sabios granujas del presente”. “Sobre todo les queda hacer futuro” responde el verso, ahora con sus letras esparcidas sobre las aceras cubiertas de lluvia y hojas secas a la espera de que alguien vuelva a recogerlas y darles de nuevo un sentido diferente que no pase por construir ese futuro en el extranjero -la generación mejor preparada de nuestra historia-, donde hay más andaluces por el mundo con título limpiando baños que llevando una vida de sit-com.

Creo que podría ser un buen deseo para estas navidades, ahora que muchos de ellos regresarán para pasar unos días junto a sus familias y revivir el anuncio del turrón de nuestra infancia o los villancicos de toda la vida, que, como escribió Chesterton, “son los últimos ecos del llanto que renovó el mundo”. Así que, Felices Pascuas y buena suerte.

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