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Arantxa Azcúnaga

Artículo de opinión de Pedro Sevilla

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  • Arantxa Azcúnaga. -

PEDRO SEVILLA/ ARCOS

También aquí has de tener tu sitio, Arantxa Azcúnaga, porque yo sólo escribo ya de lo que me descuartiza el corazón, sea la belleza o sea la muerte. Dejo atrás los desmanes del emérito, las tropelías políticas –ya escriben de eso otros, con más odio que otra cosa-, y me centro en homenajear con prosa y memoria al amigo que se va a la otra orilla, a la rosa que brota en la maceta azul o a la nube que se disfraza de elefante mientras surca el cielo de mi azotea.

Homenajear con prosa y memoria al amigo que se va, a la amiga que se ha ido este julio, una mañana, y para no ponerme tierno empiezo contando nuestra época política, aquellos años que pusieron a prueba muchas cosas y que no cambiaron casi ninguna. Yo no estoy nada orgulloso de aquella época de mi vida y tú sí lo estabas, porque siempre has sido más auténtica, más obstinada en la realidad.

Pero nuestra amistad no viene de la política, sino de otras afinidades electivas. La vida nos une a algunas personas de forma caprichosa. Una joven en Madrid aprueba unas Oposiciones, pide al azar traslado a un lugar del Sur, llamémosle Arcos de la Frontera y su Partido Judicial, y aquí se queda para siempre porque encuentra el amor entre los Códigos Civiles y encuentra la amistad, otra forma de amor, en un grupo de gente que enseguida somos subyugados por su cultura, por su amor a la lectura, a la Ópera, a los viajes…

Ay los viajes. Cuántos viajes juntos, Arantxa Azcúnaga: Los palacios románticos de Europa, las cataratas noruegas que se arrojaban cerca de nuestra cabaña de madera, en un mundo de silencio y glaciales; el desierto marroquí con más silencio y más misterio, o la noche de San Petesburgo, la sensación tan rara de pasear a media noche con el cielo azul y luz del día. Recuerdo que ante la tumba de Dostoievski estuvimos enumerando sus libros, su “Crimen y castigo”, que tanto nos conmovió en la adolescencia. Cuántos países en hoteles de una noche, en albergues repletos de adolescentes alemanes; cuantos trenes que nos llevaron a los umbrales de los bosques de Ucrania, bajo una pertinaz llovizna y los gritos patrióticos de unos rusos borrachos de cerveza.

E Irán. El año pasado, cuando la mejoría, propusiste ir a Irán, ese país al que nosotros nos empeñamos en seguir llamando Persia, porque Irán suena a geopolítica y Persia a palacios azules, a surtidores. Te procuraste la guía del país, la relación de ciudades, los usos y costumbres, en fin, todo lo necesario. Todo lo necesario menos la salud, que después de aquella apreciable mejoría no hizo más que caer.

Pero iremos a Persia, Arantxa Azcúnaga. Dice un libro que aunque no podamos veros con los ojos de la cara, los muertos seguís con nosotros, que la muerte no es el final sino otra manera de estar vivos. Y con esa nueva manera tuya de estar viva, seguiremos viajando en el recuerdo, en los rubios senderos de la memoria. Descansa en paz, Arantxa. Y nos vemos en Persia

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