¿Quién es ese Hasel? Particularmente no tengo el desagradable disgusto de conocerlo y jamás he oído ninguna de sus paridas estridentes y deformadas estructuras “poéticas”, hasta estos días, en los que la curiosidad me ha vencido, algo de lo que me arrepentiré toda la vida. Aún así, dicho rapero se ha convertido en uno de los más populares personajes de esta controvertida y caprichosa España, y no precisamente por conjugar bien las notas, ya le gustaría, y menos las palabras: “Matad a un puto guardia civil esta noche...”, aún le estoy buscando la rima, aunque el sentido esté bastante claro.
La realidad de este incitador y violento cantante va mucho más allá de la libertad de expresión y del arte, y en sus mensajes se olvida de ese derecho primordial a vivir, que obvia para incitar a sus seguidores (curiosamente los hay) fomentando el odio y haciendo apología de del asesinato sin ningún tipo de pudor. Sólo es necesario poner música a sus recurrentes palabras y dicho delito reaparece como un arte. El hermano listo de Gretel se ha convertido -otra vez- en un instrumento político del que se está sacando tajada, distorsionándose este derecho fundamental en herramienta partidaria y partidista a beneficio de unos y otros para sacar rédito y posicionarse cara a la galería en un frente aventajado del que todos desean sacar partido. Lo verdaderamente insólito es como se están desvirtuando los hechos, disfrazándose los delitos reales de este pandillero apadrinado, que se alejan mucho de los escenarios.
No todo debe ser aceptado dentro del paradigma de la libertad de expresión, dado que dicha libertad no es propia exclusivamente, y se encuentra amparada y sujeta en una sociedad repleta de límites, tantos como personas, en la que adquiere una responsabilidad y por ende, sus respectivas consecuencias. “Poned una puta bomba a un fiscal” entraña una libertad digna para enmarcar, aunque la tenga que contemplar entre rejas.