El daño cerebral adquirido (debido a un accidente de tráfico, ictus, traumatismo, tumor, etc.) es cada vez más frecuente, y una de las causas más incapacitantes que puede sufrir un adulto. Puede afectar al movimiento, al habla, la coordinación, pero también a nivel sensorial y cognitivo. En general, estas personas son rehabilitadas a nivel motor, pero las secuelas visuales o auditivas no se suelen tener en cuenta porque no aparecen en tacs ni en resonancias. Los síntomas visuales relacionados con un daño cerebral son muy variados: mareos en escaleras mecánicas; dificultad para bajar escaleras solos; deslumbramiento; dificultad para conducir de noche; visión doble de lejos y/o cerca; problemas para leer y concentrarse; etc. Mediante la terapia visual y auditiva, y la ayuda de lentes especiales (prismas y lentes de rendimiento), podemos mejorar estos síntomas y la calidad de vida de estas personas. Federópticos Navas cuenta con un gabinete de Terapia Visual especializado en Daño Cerebral, con un espacio adaptado a pacientes con diversidad funcional y problemas de movilidad (sillas de ruedas). Hoy conocemos un caso reciente, tratado en dicho gabinete, por parte de Diana Navas.
El de Verónica López Cano es un testimonio de superación. “Con 25 años, estando haciendo mis prácticas de la universidad en Caja Rural, empecé a notar calambres en la mano izquierda, sin motivo. Comenzaron a hacerme pruebas pesando que podía venir de la columna (algún nervio pinzado), pero nada. Los médicos decidieron hacerme una resonancia, y cuál fue la sorpresa de todos, al constatar que estaba afectada por una malformación artereo MAV venosa congénita. A partir de ahí las visitas a neurocirugía y las pruebas se sucedieron cada 6 meses, intentando buscar alguna solución, sin éxito. Esa malformación era tan profunda que resultaba inaccesible sin causar graves daños, así que advertida por los médicos decidí no entrar en quirófano sin garantía alguna. Aprendí a vivir con ello, ya que tampoco me impedía hacer una vida normal. Y así pasaron los años, hasta que una mañana sin motivo alguno, ya con 30 años, sufrí un ictus. Fue tras un fuerte dolor de cabeza, acompañado de mareo y pérdida de equilibrio que me llevó a caerme, pero en ningún caso perdí la conciencia, lo que me ayudó a poder coger el móvil y avisar, sabiendo ya lo que me estaba pasando. Todo fue super rápido. Mi llamada, mi auxilio por el que era mi marido y los servicios de urgencias. Gracias a eso mis secuelas son solo las que son, además puedo contarlo”.
“Después de 40 días en UCI, de los cuales 21 fueron en coma, salgo de ahí y me suben a planta para empezar a valorar las secuelas y empezar la rehabilitación, hemiplejia izquierda, acompañada de una pérdida de campo visual izquierdo (consecuencia de las cirugías, inevitablemente se produjo una sección de un nervio óptico derecho de ahí la pérdida de visión en campo izquierdo, que después de consultar a un oftalmólogo dictaminó que lo sentía mucho pero me había tocado a mí y no se podía hacer nada. Es cierto que hay un pequeño campo ciego que va a ser muy difícil recuperarlo, pero existían muchas más opciones, y la última era quedarme de brazos cruzados por el veredicto de ese oftalmólogo. Esta pérdida hacia que me chocase con todo lo q me venía por la izquierda: gente por la calle, puertas, marcos, pérdida de equilibrio, constantes contracturas en mi cuello por ir fijando la vista al suelo, ya que no veía al andar”.
“Conocí la terapia visual a través de otra optometrista amiga común de Diana y mía, que me habló de ella como especialista en daño cerebral. Empezar a trabajar con ella fue de las mejores cosas que me han pasado en los últimos años. Primero supuso una inyección de positivismo, ya que supe que había posibilidades de recuperar. Esta positividad me animaba cada jueves a querer acudir a su gabinete impaciente, y ver qué podíamos hacer. Y por sorpresa aparecieron en mi vida los prismas gemelos, que junto con sus terapias en gabinete y ejercicios para casa, empezaron hacer su efecto. Empiezo a andar mucho más segura, mi equilibrio es mucho mejor, y ya no me choco con tantos obstáculos que aparecen como de la nada por mi parte izquierda. Todo empieza a cambiar y a mejorar, mis ganas de seguir van creciendo a la vez que Diana sigue inventando cosas nuevas en mi tratamiento”.
“Dos años y medio después del ictus, mi mejoría, aunque muy lenta (fue una hemorragia muy brutal), es evidente. Mi seguridad a la hora de moverme, de caminar es increíble, para lo que se pensaba en un principio. A día de hoy seguimos educando mi cerebro para que compense esa parte de pérdida de visión que tengo (por las cirugías) con la parte buena. Además estoy preparándome unas oposiciones y aunque las secuelas cognitivas han sido mínimas, inevitablemente he sufrido una pérdida de capacidad de concentración y atención, en la cual estamos trabajando actualmente”.