Cervantes -manco en Lepanto y cautivo en Argel- no llegó a Gibraltar. Escribió en La Ilustre Fregona el ambiente de las cercanas almadrabas de Zahara, -“donde es el finibusterre de la picaresca”, sin sueño seguro “por el temor de que en un instante los trasladen desde Zahara a Berbería”. Vivió en sus carnes los peligros del Estrecho. La derecha se opone a que haya un Instituto Cervantes en Gibraltar. El motivo: como España reivindica Gibraltar, allí no puede haber un centro de enseñanza y cultura del español. La ausencia de lógica espanta. Si se quiere que los gibraltareños y los españoles se entiendan, será mejor que lo hagan en español.
Se abrió el centro cuando era ministro Moratinos y se cerró con García-Margallo. El argumento del cierre fue sonado por su carga de desprecio hacia la población que decía querer reintegrar a España: “En Gibraltar todos hablan español, menos los monos”, dijo el gracioso ministro, desconociendo que con Internet y la televisión por satélite no era cierto. E inició la conquista del Peñón. Estableció colas infernales para todos los que entraban y salían por la verja en pleno agosto y, con la sed y el sudor rindió la Plaza. Cuando dejó de ser ministro ya Gibraltar era español. Fue un éxito muy celebrado. En su casa.
Ahora, lejanas aquellas gloriosas conquistas, se pretende establecer una sede del Cervantes, con la modesta pretensión de difundir la lengua de Cervantes y procurar que los yanitos - sobre todo los jóvenes- hablen español y conozcan nuestra cultura. No es poner una pica en Flandes, es sólo contribuir al entendimiento - en lengua castellana- entre las poblaciones.
Está concluyendo la negociación para aminorar los efectos perniciosos del Brexit -que fue abrumadoramente votado en contra en Gibraltar- y se está forjando lo que los ministros españoles, británicos y gibraltareños llaman una “zona de propiedad compartida” con el horizonte del histórico derribo de la verja. El pase de los ciudadanos bajo normativa Schengen - europeos, españoles y gibraltareños - será un tránsito franco, insólitamente libre. Ese logro mutuo, fruto del diálogo y el acuerdo, es lo que quieren reventar los de siempre. Los patriotas de cartón piedra. Los que nos tienen acostumbrados al cuanto peor, mejor. Como destacó Pedro Sánchez en Los Angeles, “el español es nuestro mejor embajador, comercial, de libertades y cultural”. Es hora de volver a redimir a Cervantes.