El discurso nunca pronunciado

Publicado: 09/11/2021
Autor

Rafael Román

Rafael Román es profesor universitario, miembro del PSOE, exconsejero de Cultura y expresidente de la Diputación de Cádiz

En román paladino

El autor aborda en su espacio todos los aspectos de la actualidad política tanto de España, Andalucía y la provincia de Cádiz.

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“Si esa política exige canallas, que no cuenten con nosotros”
Debemos reflexionar sobre nuestros problemas.  De entrada,  el principal es constatar  la amplitud del foso entre la retórica  y la realidad en nuestras relaciones internas. ¿No hablamos de la familia socialista? ¿No explicamos  el  partido como casa común? ¿No nos presiden los ideales de fraternidad y de solidaridad?

Pero, al mismo tiempo,  a veces ¿no ha podido aplicarse a nuestras relaciones internas lo que un ex alcalde de Lyon - Noir- achacaba a la clase política francesa? “Francia está enferma, enferma del clima de cada uno a lo suyo que prevalece hoy en día, un clima que enfrenta a unos contra otros y alimenta el temor, la tensión, la intolerancia y la exclusión”.

Ante ese panorama, ¿rebajamos la retórica al nivel de la realidad o elevamos la realidad al de la retórica?  Se impone lo segundo.   Se habla de unidad, integración, coherencia, lealtad, ética,  que son palabras a las que se ha sometido a un empleo   frívolo hasta el manoseo.   Pero Vaclav Havel decía que la misma palabra puede ser verdadera un día y falsa otro, un día luminosa y otro decepcionante.  Hay que desconfiar, por tanto, inicialmente de las palabras. Es más conveniente, por eso,  caminar desde la desconfianza a la confianza   que hacer el camino inverso, que es el itinerario siempre doloroso  de la frustración, del desengaño o de la decepción. Para lograrlo,  la razón debe ser generosa y el corazón eficaz, decía  Rocard.

El  presidente checo dijo que   “La gente que odia desea alcanzar lo inalcanzable y se consume ante la imposibilidad de alcanzarlo, carecen de la capacidad de dudar de lo propio, de relativizar sus propias posiciones. Tienden a lo absoluto y, en política, al poder absoluto”.  El odio, que se manifiesta en los vetos, el doble lenguaje y el linchamiento moral del otro,   destruye  porque conduce a la intransigencia. Lo contrario es la tolerancia. Pero si la tolerancia es ilimitada, la osadía de los desaprensivos y arribistas      exige a los demás una precaución:   que la tolerancia  tiene un límite: lo intolerable. 

Ante cualquier  comportamiento   inapropiado  hay que estar con Wittgenstein: “Que la ética es más  para ser mostrada, que para ser dicha”. Se impone  un muro  de rechazo y de valores: “Si esa política exige canallas, que no cuenten con nosotros”.   Se llama rearme moral.  Corría  el  22 de diciembre de 1992.

 

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