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Desde la Bahía

La modernidad y el amor

Tras el silencio, dirigí la mirada hacia mi amada. Son muchos años de unión, se han pasado los cincuenta que indican las “bodas de oro”

Publicado: 13/02/2022 ·
20:30
· Actualizado: 13/02/2022 · 20:30
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Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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La larga y ovalada mesa semejando el caudal de un río, separaba dos amplios y cómodos butacones, orillas de aquel tablero horizontal sin álamos y sin aves cantoras. Las notas musicales procedían de uno de los aparatos audio-visuales, que la ciencia y la técnica han divulgado hasta hacerlos miembros del entorno familiar, con carácter de imprescindibles. Ocupando aquellos sillones mi mujer y yo como únicos espectadores.

La película que la televisión proyectaba contenía múltiples canciones populares, a las que la voz de una actriz de belleza inverosímil, daba una singular y sublime vida. Y todas convergían como ramas del árbol, hacia el tronco del amor.

Este amor llevó a aquella encantadora hermosura, protagonista del film, a perder la vida en el escenario, al no poder resistir la pérdida de la persona amada, fallecida trágicamente y “de luces”, al voltearle un astado. Se muere de amor. Era la finalidad y el objetivo que aquella “cinta” se proponía. Me recordó aquellos versos que el poeta cubano José Martí escribió sobre aquella joven abandonada por él que le prometió amor:  Se entró de tarde en el río/la sacó muerta el doctor/dicen que murió de frío/yo sé que murió de amor.


El ser humano de este siglo, posmoderno, postmetafísico y un largo etcétera, colocado tras el burladero de su soberbia, se ríe ante historias que le recuerdan “rosadas fábulas” pero cuando ya se tiene experiencia en que la cuna del hombre o mujer la mecen con cuentos y los restos de ellos mismos los entierran con todos los cuentos que ha vivido y le han contado durante su existencia, aquella risa, adquiere carácter de despreciable e ignorante.

No hay sonido más agradable que la dulce voz de la amada, compitiendo con la excelencia de las notas musicales, ni mayor severidad y valía que el sonido del silencio, especie de cero armónico, sin el cual las reflexiones nunca tendrían el valor de un teorema de conciencia.

Mi religión me dice que Dios creó a hombre y mujer. La teoría evolutiva está en el ánimo de otros ideales y de la ciencia, pero lo importante es que el credo que desde niño me enseñaron habla de la resurrección de los muertos. Es algo que atrae y da sentido lógico a la existencia, el que tras la pérdida de la vida y con ello el fenotipo y cuerpo de la persona amada que tanto nos ilusionó, un tiempo después, por ahora incalculable, pudiéramos de nuevo admirar aquella figura con todo el esplendor que hizo líder a nuestro enamoramiento, relegando el deseo.

No nos equivoquemos. La realidad es bien distinta. El amor se ha unido al verbo hacer y hoy día “hacer el amor” ha impuesto su ley del deseo en este ser humano actual cegado por la brillante dimensión técnico-científica, de modernidad y progreso, cuya tendencia es a considerarlos vínculos medibles que los iguala y nivela, anulando su excelsa desigualdad. El amor pierde su conexión con el espíritu y acerca cada vez más a un cúmulo de reacciones hormonales y fisiológicas que semejando al mundo vegetal, tiene la duración en ocasiones de una flor de primavera. Se ha perdido esa fuerza teórico/contemplativa que nos hace ver en las piedras de nuestras viejas catedrales y en la evolución con los años del amor, la grandiosidad de su estructura. Todo lo hemos cambiado por áticos de gran valor material, cuyos cimientos los resquebraja cualquier ola o viento que modifique el confort que nuestro narcisismo nos impone.

Tras el silencio, dirigí la mirada hacia mi amada. Son muchos años de unión, se han pasado los cincuenta que indican las “bodas de oro”.

He vivido todas las etapas evolutivas de su cuerpo y de su alma, su tersura y su plegamiento de la piel y la conservación del brillo en sus ojos y en su rostro. El encanto permanece y la entrega crece exponencialmente. Es preciso y posible esta forma de unión. Su dignidad es superior y mucho más elevada que la que dan las leyes que enuncian la separación del vínculo matrimonial o simplemente amoroso, pero hoy día, por no sé qué tendencia destructora, ahora que tanto se defiende a los animales, hay una inclinación empecinada en hacer desaparecer o aniquilar “las golondrinas de Bécquer”. 

 

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