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Martes 23/04/2024  

El Loco de la salina

Cosas de la Feria

En aquella feria, en la que venía a cantar Miguel Ríos, Ana Belén y otras buenas voces de nuestra patria, no sobraba ni un espacio

Publicado: 10/07/2022 ·
19:27
· Actualizado: 10/07/2022 · 19:43
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Autor

Paco Melero

Licenciado en Filología Hispánica y con un punto de locura por la Lengua Latina y su evolución hasta nuestros días.

El Loco de la salina

Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo o los locos son los demás. Albert Einstein

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No es que me haya tomado unas largas vacaciones, es que no me han dejado salir ni para escribir estas líneas que acostumbraba a lanzar todos los lunes. Entre el Covid interminable, lo del mono sin anís, el poniente invierno, el levante infierno y la camisa de fuerza apretándome las caderas, la verdad es que la cosa se ha puesto marrón oscuro. Pero ya estoy aquí otra vez para alegría de los que me siguen, y depresión para los que me aborrecen. En esta nueva etapa espero no meterme con nadie, sobre todo con los políticos, porque ellos no se lo merecen, se merecen otra cosa. Iba a escribir sobre la feria, pero estoy liado, porque no sé si centrarme en la de Bahía Sur o meterle mano a la del Parque de los patos. Y como he prometido no meterme con los políticos, prefiero echar la vista atrás y les voy a contar una pequeña anécdota de la feria de aquellos tiempos del cuplé, es decir, de mis tiempos lejanos.

En aquella feria, en la que venía a cantar Miguel Ríos, Ana Belén y otras buenas voces de nuestra patria, no sobraba ni un espacio. Llegaban los feriantes en julio fieles a su cita con La Isla y todavía no puedo explicarme cómo cabían todos en un parque tan pequeño. Mi padre y mi abuela les vendían en la Plaza platos, vasos, cubiertos y otros utensilios de cocina. Llegaban como oleadas y cada año se posaban en el parque como podían junto al látigo y cerquita de la moto que daba vueltas suicidas por dentro de las paredes de una elevada torre. Pero mi hermano el mayor y yo estábamos pendientes sobre todo de los feriantes de los coche-choques.Los dos íbamos con frecuencia a montarnos en ellos. Nos encantaba pegarnos choques tremendos y nuestra ilusión era intentar sacar de la pista a los otros coches enemigos pegándoles achuchones mortales. No es que nos sobrara el dinero, sino que los feriantes, en agradecimiento a nuestro padre por ponerles unos precios baratitos, le regalaban muchos tickets y fichas, que terminaban en nuestros bolsillos.

Cuando salíamos del Colegio de los Hermanitos, nos faltaba tiempo para correr hacia la Plaza y pedirle a nuestro padre los tickets del día, porque los feriantes iban mucho a comprar allí y al pasar siempre le dejaban un montón. Sucedió un día que llegamos a la Plaza y le pedimos a nuestro padre los correspondientes tickets que casi nunca fallaban. Mi padre puso cara sonriente y cómplice y en seguida pensamos que el taco iba a ser bueno. Se dirigió hacia detrás del mostrador y se puso a buscar la cafetera donde siempre los guardaba. Se le cambió el color de la cara. Algo no iba bien. Mientras, mi hermano y yo esperábamos impacientes y no sabíamos por qué tardaba tanto. Hasta que nuestro padre hizo una fatídica pregunta al aire: ¿quién ha cogido la cafetera que había aquí? Tuvo que repetir la pregunta varias veces, porque nuestra abuela, Rosario, la de la Loza, no se enteraba bien. Por fin, la abuela soltó que ella, que lo vendía todo, había vendido la cafetera. Nos entró de todo. No se pueden hacer una idea del chasco que nos llevamos y de la desilusión que nos entró. Hasta tal punto que todavía, a pesar de todos los años que han pasado, me acuerdo perfectamente. Aquella noche mi hermano y yo nos dedicamos a ver a otros niños disfrutando de los coches, mientras nuestro pensamiento se iba a averiguar sin éxito dónde habría podido ir a parar la maldita cafetera.

 

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