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Viernes 19/04/2024  

Una feminista en la cocina

Sexo de guarnición

Como Tamames , me veo en la disyuntiva de no saber qué creer, ni a quién, de estar por ser y ser poco más que genio y figura arrugada hasta la médula

Publicado: 09/03/2023 ·
09:53
· Actualizado: 09/03/2023 · 10:03
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Ramón Tamames.

Estamos más aburridos que una mosca en invierno. Sin embargo, buscamos tiempo para quitarnos el estrés. A los niños sin dientes, se les deja en las tronas para que coman solos, subiéndolo a tiktok para mayor gloria de mamás que quieren hacer caja. También lo hacen con abuelos privados de sus facultades mentales, no para hacer ver la dificultad de convivir con un enfermo de Alzheimer sino para sumar seguidores. En The last of us se pelea contra los hongos que mi amigo Juanjo quema en su consultorio entre ácidos y otras flagelaciones micóticas. La vida se ha revertido como placenta porculera.

Nos hemos hecho viejos no solo de piel, sino de conceptos que es la peor de las muertes. Como Tamames , me veo en la disyuntiva de no saber qué creer, ni a quién, de estar por ser y ser poco más que genio y figura arrugada hasta la médula. Preferiría mil veces las batallas verbales de la isla de las tentaciones a las torturas de los gatitos o las limpiezas asiáticas con uñas que se te clavan en las pupilas a poco que fijes tu vista en la pantalla del móvil. Saber cómo pueden hacer nada con esas uñas falsas de medio metro es más importante que los agujeros negros, el viaje en el tiempo o por que los jóvenes detestan tanto la Filosofía cuando es cuna de nuestro pensamiento como humanos. De antes, porque ahora el verdadero germen de nuestra civilización son los cortos de internet que nos enseñan cómo viaja la gente, cómo cocina, cómo limpia o cómo lo hacen bajo una sábana con las luces apagadas como cuando teníamos dieciséis. No están los tejados gaditanos sacados al lienzo por Cecilio Chaves.

 No hay Chopin, ni documentales exponiendo verdades. No está más que lo que quieren que veamos como en el circo romano con gladiadores y gente presuntamente devorada. Porque ya nada es real más que la artrosis a la levantada, la desesperanza en el futuro y el poco apego de unos amigos que valoramos en plata porque son tan caducos, efímeros y leales como nuestra asma. Estamos de capa caída en cuerpo pletórico de ganas, pero disimulamos porque la suerte se divide en dos y no queremos que nos mire de lado, la hermana mala. Vamos cojeando de cuerpo presente, protestando como si rugiéramos y mirando por el rabillo del ojo a la asiática que limpia con uñas esmaltadas. Elucubramos con que se lie con el Ken de la isla y le pegue filonazo en pleno acto sexual para que el crio enseñe la mata de vida que – dicen-esconde bajo las sabanas.

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