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La plaga de la resignación laboral

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A veces sucede que, sin quererlo, acabas escuchando una conversación que ni te va ni te viene, pero cuyo contenido es lo suficientemente llamativo como para meterte en lo que no te llaman. En mi caso no es que me metiera en ella, sino que me limité a escuchar a esas dos mujeres que desayunaban en la mesa anexa a la mía. Una de ellas tenía unos 45 años, la otra aparentaba unos 30. Ambas vestían la sudadera corporativa de su empresa, una gran superficie, de esas que tienen supermercados express. La que rondaba los 30 se limitaba, la mayor parte del tiempo, a escuchar. La de los más o menos 45 se quejaba amargamente de las condiciones laborales que llevaba tiempo padeciendo. Que si no sé cuánta saturación en el trabajo; que si no sé cuanta presión de los superiores, esos que cuando le dicen que son encargados se creen que lo han nombrado ministro de grandes superficies; que si no sé cuántas horas extras no pagadas; que si no sé cuánto tiempo llevaba ya aguantando hacer el trabajo de dos , y cobrar el sueldo de menos de una. Se le notaba mosqueada, mucho. Pero dijo una frase que define el sentir mayoritario del currante español en la actualidad: “Para qué me voy a quejar en la empresa, si después de todo, mi trabajo lo querría ahora muchísima gente”. Apuraron el café, se levantaron, abonaron y se fueron. Es curioso, pensé. Media España en paro, y la otra media con las condiciones laborales paradas por unas empresas que han hecho del miedo al desempleo el mayor valor para exprimir a sus empleados. La resignación laboral se extiende como una plaga. La principal causa, que muchas empresas, más de la cuenta, están más que a gusto navegando en mitad de la crisis, amparados en ella para engordar beneficios, recortando derechos y amargando la vida de sus trabajadores. El miedo a quedarse en paro obliga a callar a más de uno, y de dos y de tres, sabedores de que a la empresa tal o cual le importa una mierda contar con él o con cualquiera de los que esperan desesperados en la inacabable lista del paro. Al fin y al cabo, no somos más que un número para este sistema deshumanizado, que está obligando inmoralmente a que personas normales y corrientes tengan que apurar sus treinta minutos de desayuno untando la tostada con la podrida mantequilla de las miserias laborales.

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