Peor aún, más de 100 niños han muerto en apenas quince días envenenados por plomo en el norte de Nigeria mientras trabajaban buscando oro. Y qué me dicen de esta noticia que aparece en Elpais.com: “Un tribunal indio ha condenado a dos años de cárcel a siete directivos de Union Carbide y a una multa de casi 8.900 euros a la propia delegación india de la compañía estadounidense en relación con la fuga tóxica de la fábrica de pesticidas de Bhopal, que hace 25 años causó entre 15.000 muertos, según el Gobierno, y 25.000, según las ONG”. Sí, 25.000 muertos.
Podemos rociarnos con el mejor perfume, cepillarnos los dientes, quitarnos las legañas, ponernos ropa de diseño, limpiar la negrura de las uñas y comer remolacha para depurar el estómago, pero no dejamos de ser más que un trozo de carne ‘embuchá’ con huesos y tendones que se mantiene viva a unos 37 grado, según Radio Futura. Si nos disparan, nos intoxican o nos envenenan, a otra cosa, mariposa.
El día de mi muerte, que se producirá un día después que la suya (je je je), comeré hasta casi reventar callos (o menudo) con garbanzos. Luego me ‘jartaré’ de mantecados. Y por último, haré todo lo posible porque mi muerte no parezca natural. Así tendrán que hacerme la autopsia y cuando el forense, bisturí en mano, me abra el abdomen, con lo que saldrá de mi estómago, seguro que ese mes se habrá ganado el sueldo y yo demostraré, a título póstumo, que no hay colonia, ni champú, ni ropa, que disimule el hedor que todos y todas llevamos dentro. Y quizás entonces diga que sí somos algo, somos callos con garbanzos... en un mar de mentecatos.
