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La subjetividad

Quitadme de la escuela la política partidista; que se considere un crimen de lesa majestad.

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He hecho de mi vida dos compartimentos bien separados, mi grupo familiar y mi trabajo; esta afirmación podría hacerla hoy cualquier padre joven, a quien la práctica del hobby sólo le es posible en el ocio y a quien le repatea la participación ciudadana. Vivimos en un individualismo crispado en la vida privada, que nadie invada mi sofá, pero en un entreguismo temeroso en la vida laboral: la protesta, que es pensamiento, la tenemos entregada a unos sindicatos que la administran y la mercantilizan con las ideologías. El me gusta hacer esto está sustituido por 'si no, no como'. De ahí que tendamos a la introspección, ¿dónde apoyar la identidad en caso contrario?
No es una degeneración del individuo; si no le han enseñado el trayecto, no puede valorar este 'hombre mayoría' el sacrificio de los antepasados. Nacemos atontolinaos como los hijos de los ricos que no son advertidos y crecen mimados y ayunos de responsabilidad. Lo advirtió a tiempo Ortega pero no caló mucho porque ya estaba estremecida de guerra la sociedad. Se ha establecido de golpe un bienestar social como nunca se pudo soñar y a nuestros sorprendidos hijos nadie explicó lo cara que salió a los antepasados esta bonanza. Para ti va a ser, dicen los padres, pero los chicos en mayoría como sapos en la charca no lo valoran. No saben.
Es un problema de calidad del hombre el de nuestra España. Y seguramente el de Europa, pero no vamos a ir hasta allí a arreglar nada. Y no es un problema de enseñanza; no aprenden porque no "se orientan" en su compromiso con la vida. Esto requiere un trato de verdadera educación psicosocial que se escapa a la familia media y que tiene que resolver en su seno el sistema educativo en la edad adecuada. O sea, el maestro. Hay que ir a por un profesor nuevo de Primaria que estimule, que crea en lo que hace y que esté dispuesto a poner su esfuerzo en el asador. No hay más remedio que seleccionar al profesional en aras de valores humanos y dotarlo de autoridad social para encauzar el interés antes que todo en el niño. La gestión educativa debería estar muy por encima de cualquier Ministerio; todo lo contrario de lo que está ocurriendo.
Reíros de las leyes de educación, todo es rollo; el cambio humano hace falta antes, esa primera horneada que se da en familia y se continúa en el aula, ambas insustituibles, y que supone una actitud ante la vida individual y social. 'Yo enseño, no educo', he oído decir a muchos tontos embaucados por ideologías y no por la realidad psicosociológica del momento; educar les daba tufo de adoctrinar, como tantos tufillos de nuestra gloriosa historia. Lo estamos pagando, porque los adultos también andábamos despistadillos. El maestrillo, que decían en mi pueblo a algún docente, sólo tenía normas y circulares encima y ninguna capacidad de tomar decisiones; era un peón incompetente. Los que han ejercido saben que hasta el comienzo de cada sesión educativa requiere un vistazo al grupo y a la circunstancia en una adaptación nada vulgar. Y no está valorada por una organización social donde impera un objetivo: hacer un hombre políticamente dócil, tanto para dedicarlo al trabajo unos como a la protesta antisistema los otros. Quitadme de la escuela la política partidista; que se considere un crimen de lesa majestad. Porque la educación es la reina de una sociedad formada por hombres de bien, buscadores de futuro, enemigos de los dogmatismos y amantes en suma de la libertad. Necesitamos un docente con el prestigio que da la preparación, y esto no es fácil. Con sabiduría más que ciencia. Con capacidad de servicio. Y con respeto al desarrollo personal.

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