La esencia española inunda de positivismo el teatro Villamarta
Las voces de dos cantaoras de nuestra tierra hicieron el deleite de todos los asistentes, que quedaron encantados con la propuesta de los coreógrafos
El montaje, a diferencia de otros tantos que llevamos viendo a lo largo de todo el festival, era eminentemente danza española. Distintas manifestaciones de clásico español que fue desplegando sus alas para acabar atrayendo y captando la atención de todos los asistentes, aunque, realmente, no les resultó complicado a los artistas que se plantaron en el escenario.
Los principales protagonistas eran Ángel y Carlos, Rojas & Rodríguez. Aunque, y con su permiso, hubo otras dos estrellas que brillaron con luz propia sobre las tablas del Villamarta: Davinia Jaén, Sandra Rincón. Estas dos cantaoras, ambas jerezanas, ofrecieron lo mejor de su arte y de sus voces en el coliseo jerezano, poniendo los pelos de punta y dejando boquiabiertos a la mayoría de los que acudieron anoche al teatro. Y es que ya no sólo las potencias de sus gargantas, sino el modo en el que compactaban la voz más grave de una, con la de la otra más aguda, hacía que casi se saltaran las lágrimas de la emoción. Otra característica que también hizo que estas dos cantaoras fueran en sí mismas relevantes en el trabajo de los madrileños fue el desparpajo, la gracia y el salero con el que entonaron los tanguillos, hacia el final del montaje, y, en contraposición, la sensibilidad y la delicadeza, cambiando así los giros y consiguiendo quejíos más profundos y sentidos.
Igualmente, cabe destacar que en este ‘Cambio de tercio’, Rojas & Rodríguez han cedido más espacio en el escenario, poniéndolo a disposición de cuatro bailarinas que los acompañan en la mayoría de las piezas, aunque también bailan en solitario, juntos o separados. Si bien esta idea de compartir escena es magnífica, el teatro asistió a algunos desbarajustes, causados, en su mayoría, por la falta de coordinación. Aún así, las piezas estaban repletas de energía y esto sí que supo transmitirse.
Un montaje en el que cobraba gran importancia también el vestuario. Trajes, camisas, pantalones, botas, chalecos, tirantes, fajines, batas de cola, mantones, sombreros, palillos y lunares que recordaban y trasladaban al espectador a la España de los años 60 y 70. Un vestuario precioso, colorido y muy cuidado que captó también todas las miradas del público.
Asimismo, la escenografía se supo fusionar muy bien. Las luces y los constantes cambios de cuadros que protagonizaban los músicos y las cantaoras hacían que el aforo del teatro Villamarta se viera obligado a no perder el hilo del trabajo en un solo instante.
Otro de los elementos curiosos de esta puesta en escena es la presencia de una doble pared que, en ocasiones, mostraba a los artistas cambiándose de vestuario. Una idea original, pero que causaba algo de distracción, sobre todo al principio de descubrirlo, haciendo que el público no prestase atención a lo que ocurría en la escena principal.
No obstante, el espectáculo gustó. Los aplausos fueron habituales durante prácticamente todo el montaje, escuchándose algún que otro ‘olé’ cuando las botas de Rojas & Rodríguez aparecían en escena, principalmente, y al final haciendo que todo el patio de butacas se volcara en una calurosa ovación.
Además, habría que recordar que el inicio de la noche estuvo marcado por un sentido homenaje a las víctimas del terremoto que acaba de sufrir el pueblo de Japón. Por ello, y por la gran afición que saben los artistas de los japoneses al arte flamenco, se quisieron hacer eco de su situación y dedicarles el espectáculo.
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