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El colegio de las tres violetas

A las 11:00 de la mañana sentíamos un fogonazo y de todas direcciones, presurosos, acudíamos al epicentro del patio del colegio

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  • El colegio de las tres violetas. -

A las 11:00 de la mañana sentíamos un fogonazo y de todas direcciones, presurosos, acudíamos al epicentro del patio del colegio. Allí, bajo el balcón central, se nos iba la vida a contrarreloj bajo el grito reiterado, exigente, infantil y estridente de ¡Un rosco,  Benito!

Increíblemente por aquel resquicio, en cuestión de segundos, cabía todo el mundo. Y los más renacuajos, los de primaria, se daban codazos entre sí y se encaramaban en lo alto del mostrador tras trepar por él. Alguno no calculaba, y del ímpetu se caía de cabeza y su cuerpo acababa desbaratando aquella modesta tienda de chucherías, bocadillos de mortadela y roscos de chocolate con el entrañable Benito Aguado y su familia al frente.

Así fueron nuestros días. Y nuestros años de infancia. Uno tras otro desde que llegamos desprovistos de conocimientos, amarrados a las manos de nuestros mayores, comenzando a dar los primeros pasos en los compases de nuestras vidas.


Allí aprendimos nuestras primeras letras y lo más elemental para empezar a funcionar en esto de vivir. Iniciamos amistades que el tiempo acabó sellando para toda la vida. Crecimos asumiendo la responsabilidad, algunos, de representar a una estirpe familiar cuando había más de uno compartiendo tus mismos apellidos en aquellas aulas.

Y al llegar la primavera, nos dejábamos la piel en la pista central para, entre blancos y verdes, disputarnos la pastelada tirando la sokatira en sus fiestas, haciendo cierto el lema que se nos inculcó de vivir con ilusión nuestro colegio para ahora recordarlo con alegría.

Ideado por el arquitecto Ramón Pajares. Ilustrado por un mural alegórico – impresionante- de Francisco Baños con la Virgen de la Capilla presente. Ese fue nuestro colegio. Y lo sigue siendo. Inmenso y rotundo. Una institución en Jaén de la que cuatro de sus antiguos alumnos han llegado a ser alcaldes de la capital.

Es el legado de los Maristas más allá de lo académico y lo humano que hunde sus raíces en nuestro Jaén desde 1929. Una historia casi centenaria que se seguirá escribiendo, pero ya sin la presencia de quienes han inculcado generación tras generación el espíritu del padre Champagnat, con el inolvidable Hermano Juan Antonio todavía presente entre nosotros cerrando una parte importante del libro de la historia del colegio de las tres violetas: sencillez, humildad y modestia.

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