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Los pañales y el perdedor que nace

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CON la mente aún limpia y los dientes de leche, recuerdo de esa época una extraña atracción hacia la derrota, hacia los perdedores, hacia el débil. Una atracción directamente proporcional al rechazo que me causaban los vanidosos, los altivos, los vencedores, los fuertes, los prepotentes.


Pienso en ello porque el sábado, en la Noche Temática, un programa de La 2 que tiene una audiencia de siete personas en España y dos en Gibraltar, un científico explicaba que se puede saber si un niño o niña, cuando sea mayor, será votante de derechas o de izquierdas.

A ese científico, le creo. Por ejemplo, no viví la dictadura de Franco, el del culo blanco, pero desde chiquitito sentía simpatías por los republicanos, por los rojos, sin saber quién coño eran. No tengo víctimas conocidas en ese periodo... a mi abuelo lo hallaron muerto en un puticlub... luego se supo que le dio un ataque al corazón al intentar huir sin pagar por la ventanilla del servicio. Es decir, no lo mataron los ‘grises’, lo mató su tacañería.

A esa tierna edad me gustaban los rusos, quería que en las ‘pelis’ del Oeste ganasen los indios y odiaba el Real Madrid. Era tan del Barça que hasta esperaba que en los telediarios, en la información de La Bolsa, tuviera más puntos al cierre el parqué bursátil de Barcelona que el de Madrid.

Mi atracción hacia lo que yo creía humilde y débil quedó patente cuando yo de mayor quería ser carpintero y mi hermano Nordin quería ser médico. A él, un tía con dinero, le regaló un microscopio ‘superchulo’, con su lámina de cebolla y su portaobjeto. A mí me regaló un serrucho de plástico y tres alcayatas usadas.

Por eso, si me preguntan si el perdedor nace o se hace, yo digo que el muy gilipollas nace. Eso sí, la cuestión es ‘coscarse’ y no enrocarse en ideologías y verdades absolutas que como los pañales, al final siempre se llenan de mierda.

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