Cádiz amaneció este martes, un día después del apagón masivo que dejó a oscuras a toda la península y parte de Europa, casi como si nada hubiera pasado. La vida de la ciudad, paralizada durante unas horas a causa de la caída de la indispensable red eléctrica, se reanudó sin demasiadas complicaciones y haciendo gala de la conocida resiliencia gaditana. Al mal tiempo buena cara, que se suele decir.
En momentos de crisis es cuando florece el ingenio. Y en el Mercado Central algunos detallistas dieron con la fórmula para mantener su actividad pese a la falta de energía. Sin sus habituales herramientas, todas dependientes de la red eléctrica, José Joaquín Mazorra, de Ultramarinos Joaqui, corrió a un bazar cercano a por una pequeña báscula portátil a pilas para poder seguir atendiendo a sus clientes. Cuentas a mano y corte a cuchillo, el de toda la vida, para mantener su actividad como (casi) siempre. La mayoría, en cambio, no tuvo más remedio que echar la baraja y rezar para que las cámaras mantuvieran sus productos en buen estado. Santi, de la carnicería Cristian y Lucía, explicó a VIVA CÁDIZ que, por suerte, el suministro regresó justo a tiempo y no hubo que lamentar pérdidas. En torno a las nueve de la noche, cuando volvió la luz, fueron muchos los que regresaron a la carrera para encender sus cámaras frigoríficas, comprobando aliviados que sus productos se encontraban en perfecto orden de revista.
Muchos restaurantes, entre ellos todas las cadenas de comida rápida, y la mayoría de supermercados no tuvieron más remedio que cerrar sus puertas por el apagón. Fue entonces cuando el pequeño comercio, las tiendas de barrio, se hicieron fuertes para salvar la papeleta a los que no contaban con suficientes provisiones en casa. La panadería Virgili, que se mantuvo abierta en su horario habitual, hasta las 21.30 horas, agotó todas sus existencias de pan y dulces. Pan de molde, picos y pilas fueron los productos más reclamados cuando se agotó la última hornada del día. Las pilas también fueron lo más solicitado en el Bazar Sacramento, junto con transistores y velas en una jornada “de mucho trabajo”, pero que transcurrió sin incidentes. La normalidad fue la tónica pese a lo extraordinario de la situación, al menos para la mayoría.
Las grandes perjudicadas a causa del apagón fueron las heladerías, pues este tipo de producto necesita de frío constante para mantenerse en condiciones óptimas. En Martonella, en la calle Ancha, se afanaban al mediodía por hacer todo de nuevo para poder abrir por la tarde, tras haber tenido que tirar toda la producción del día anterior. La clásica heladería Los Italianos, en cambio, se mantuvo abierta hasta pasadas las 20 horas ofreciendo lo que aguantaba sin derretirse. Joaquín Campo, copropietario del señero establecimiento, se tomó lo sucedido como un serio aviso de que “no podemos tener tanta dependencia de la tecnología”.