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Lunes 01/07/2024  

Ocho escalones separan del mundo a una minusválida

Para salir a la calle Pepi depende de que alguien levante a pulso su silla de ruedas

  • Varios políticos locales le han prometido en vano solucionar su difícil situación
Que las barreras arquitectónicas dificultan la vida a las personas con minusvalías es una realidad, pero muchas veces es difícil imaginar hasta qué punto las limitan. Pepi tiene 38 años y ni siquiera puede salir de su casa porque ocho escalones la separan del mundo. A los 16 meses sufrió una poliomielitis que le dejó secuelas irreversibles pero que aprendió a sobrellevar con muletas y aparatos. Hace casi ocho años se rompió las dos piernas y un brazo en una caída que la condenó a la silla de ruedas, desde entonces no puede salir de casa sin ayuda."A mí me tienen que subir y bajar y mi padre que tiene 68 años, está operado varias veces y no puede coger peso es el que se encarga. Yo dependo de los demás para poder salir a la calle", se lamenta Pepi. Esta no es su única complicación, ya que ha tenido que someterse a multitud de operaciones, entre ellas una de columna de la que aún no ha conseguido recuperarse completamente. Pero aún hay más dificultades, ya que constantemente tiene que enfrentarse a problemas cotidianos: apenas puede atravesar las puertas de su propia casa, que tienen todos los marcos por abajo destrozados de los golpes, en el cuarto de baño no tiene espacio ni para cerrar la puerta, para ducharse ha de sentarse en el plato de ducha en una sillita de niño pequeño y en su propia habitación apenas cabe.
    Ya lo han intentado todo pero el problema es que es imposible adaptar la casa porque no hay espacio, ni siquiera para instalar una rampa a la entrada con la que ella pueda tener un poco de autonomía. Lo de vender el piso y comprar otro es tarea imposible, ya que sus padres son demasiado mayores para que les den una hipoteca. "Intentamos venderlo y comprar otro pero todos son más caros y a mis padres ya no les dan hipoteca", añade. Además su familia tampoco tiene capacidad económica para alquilar una casa en planta baja: "Llevamos desde que tiene 16 meses invirtiendo todos nuestros ahorros en ella, porque sus aparatos son muy caros, por ejemplo la silla eléctrica nos constó 6.000 euros y las ruedas de la silla normal, que duran muy poco, cuestan 100 euros cada una", se lamenta su madre.  Según la Ley de Dependencia, a sus padres sólo les corresponden 300 euros al mes por cuidarla y pese a que varias veces ha solicitado una vivienda de protección oficial la suerte no la ha acompañado.
    El encontrar un trabajo tampoco es fácil ya que en varias ocasiones le dijeron que contaban con ella para puestos de teleoperadora y cuando volvió a preguntar por el trabajo ya se lo habían dado a otra persona. "Siempre es lo mismo, me dicen que sí cuentan conmigo y después se lo dan a otra persona sin ni siquiera entrevistarme, como me pasó en el centro médico la Lobilla donde se trataba de coger citas por teléfono", explica Pepi.
    Sin embargo, lo que más le duele es que lleva los últimos cinco años recibiendo promesas huecas de los políticos locales de turno de que iban a arreglar su situación. Pese a ser consciente de que hay muchas personas necesitadas sigue pidiendo al Ayuntamiento que haga algo por liberarla de su encierro y hacer su vida más digna, e incluso está dispuesta a darles su piso a cambio de una vivienda en bajo. "Han venido a verme muchos políticos y todos me dicen que no me preocupe, que me van a ayudar pero ya han pasado cinco años, que se dice pronto, y sigo sin respuesta. Yo sé que hay mucha gente necesitada, no digo que yo sea más importante, pero es que ni siquiera puedo salir de casa en estas condiciones", añade. Además, ya han puesto sobre la mesa todas las soluciones que se les han ocurrido: "Les propusimos que nos cambiaran la casa por un local adaptado o un sitio cualquiera donde ella pueda vivir y que el Ayuntamiento se quede con esta casa, no queremos dos casas, ni un palacio, sólo un sitio en el que ella se pueda valer por sí misma", resume la madre.Y como la esperanza es lo último que se pierde esta familia sigue viviendo con una sonrisa en la boca mientras sueña con que el mundo sea más accesible para todos.

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