Coincidiendo con el día Mundial de la Poesía, selecciono un póker de atractivos poemarios, con los que poder disfrutar en tan señalada efeméride.
Javier Asiáin obtuvo con “Liturgia de las horas” (Rialp. Col. Adonáis. Madrid, 2012) el premio internacional de poesía San Juan de la Cruz. Este navarro del 70, ya con muchas horas de vuelo lírico a sus espaldas, suma su séptimo poemario y reafirma su compromiso de apostar por una vía novedosa que oxigena y reconforta.
Las tres secciones que conforman el volumen, “Oración de la mañana”, “Oración de la tarde” y “Oración de la noche”, dan paso a un cántico donde se conjugan con precisión la piedad y el amor, el humanismo y la espiritualidad. A través de un lento proceso de integración cultural –no culturalista-, el lector va penetrando en un espacio que da cuenta de una realidad interior y exterior, que respira en paralelo al fulgor anímico que se deriva del yo poético. Con un lenguaje refinado, incluso preciosista, el poeta pamplonés no esquiva la dialéctica que surge de la controversia entre la situación actual del ser humano y el poder sanador que esconde la mística: “Entre las altas cumbres/ el vértigo de mirar a los cielos/ es todavía un acto de fe”.
Sabedor de que tan sólo el espejo sagrado del Amor puede devolver las imágenes más puras al azogue de la felicidad, el verbo de Asiáin se afana en proclamar el tacto enamorado, en sostener la llama y el misterio que conducen a la perpetua salvación. Y por ello, su salmodia lírica, se torna ferviente comunión para alcanzar el deseo primigenio de su alma: “Mi cuidado es llevar/ la buena nueva/ que me trae su palabra/ La ebriedad de su carne:/ Virtud y añadidura”.
Poemario, al cabo, rotundo y luminoso, duradero en su verdad. Y en la fe de su palabra.
Dos años después de que viera la la luz “Mientras viva el doliente”, Antonio Daganzo (1976) acerca al lector su cuarta entrega lírica, “Llamarse por encima de la noche” (RIL Editores. Providencia. Santiago de Chile, 2012). En esta ocasión, el poeta madrileño traza un ambicioso itinerario donde se aúna la densidad de pensamiento con la indagación sentimental. Nada de cuanto aquí se cuenta, es azaroso, pues la pauta que marca la escritura reproduce con precisión un plan mutable, pero muy bien medido. “Llamarse por encima de la noche/ es el destino humano”, afirma Daganzo en uno de sus poemas iniciales. Y esa voz -que nombra, y al par reclama inmediata atención-, es la que le sirve al yo poético para sublevarse ante el vértigo que corre paralelo a la existencia y construir “sólo con el lenguaje de la tierra” un universo eminentemente solidario: “Si este viaje es voluntad,/ voluntad mía,/ su arco en el cielo es todo tuyo./ Tú, por fin./ Por fin amor. Alegre fe”.
Con un verso pleno de dinamismo, que fluye al compás de un discurso rectilíneo, va esculpiéndose un conjunto intenso, que explora la entrega del ser humano, su mortal duelo, y que confirma la voz madura de un escritor crecido, de firme pulsión creadora, y que celebra la desnudez de lo verdadero: “Sabor a madrugada con postigos abiertos/ y desnudo entusiasmo,/ llevaremos el vino a la ternura”.
“Hombre sin descendencia” (Fundación José Manuel Lara. Vandalia. Sevilla, 2012) supone el segundo poemario de Braulio Ortiz Poole (1974). Ya desde su título, el vate sevillano proclama buena parte de sus intenciones, que a su vez, se corroboran en el poema-pórtico, turbador y confesional: “Sabiéndome infecundo/ he cortado los tallos ante este azul florido (…) porque el mío es el amor de los estériles/ no devuelvo a la tierra su condición de útero./ No tendré descendencia”.
Este viaje, pues, que se abre con la anhelada espera de algo que no podrá ser, retrata una involuntaria culpabilidad que resuena sobre el emocionado cántico del poeta. La materia almada con la que se pespuntean estos textos deriva en un conjunto de estampas límpidas, vigorosas, apoyadas en un verso muy bien ritmado, dador de una música que lleva en sus notas la savia de una soledad por destronar: “He buscado en mis pasos el refugio del heno/ aunque el azar me diera la maleza./ Nací tras un tornado, como todos lo hombres/ y mi mirada tiembla desde entonces”.
Un hálito de desamparo, de desarraigo terrenal, inunda buena parte de estas páginas, sobre las que también se posa un sugeridor misterio, un hiriente esplendor versal, con el que Ortiz Poole esencia su íntimo desahogo. “Cierra los ojos e inventa la mañana”, escribe en “Dijiste al adiós al éter”; y con ese pellizco de ilusionado aliento, quisiera dar al lector un espacio por el que rendijear su esperanza.
Poemario intenso, totalizador, y también pleno de “cadencia y revelación”, como lo define Antonio Lucas en su certero prólogo.
Aureliano Cañadas, almeriense afincado en Madrid, autor de once poemarios, poeta premiado y antologizado en muy diversas ocasiones, nos ofrece ahora un nuevo libro, titulado “Diamantinamente” (Colección de Poesía María del Villar. Tafalla, 2012), que ha debido de ser el ganador del XVII Certamen de Poesía de ese mismo nombre, aunque los editores expresamente no lo indiquen, eludiendo con cuidado la palabra “premio”. Esto a un lado -curioso, pero secundario-, hay que decir que el poeta, según revelan y anticipan los textos que aluden al contenido del volumen, ha abordado, de manera comprometida y ambiciosa, un tema trascendente: el de la soledad (el abandono por parte del Creador) del hombre, su criatura, hecha a su imagen y semejanza, rotunda frase que hoy los estudiosos bíblicos reducen a metáfora, al aseverar que Dios no es humano, si bien lo fue su Hijo. Cañadas se remonta a la expulsión del paraíso de los ángeles rebeldes, quienes desde entonces atisban, inmersos en “el destierro de su negrura”, los celestes cuerpos; como ellos, el hombre hubo de dejar el paraíso, y vaga por este pedrusco sideral que rueda en los espacios ignotos de un universo ilimitado: “Mi grito es el eterno contrapunto/ del nombre que cantan los celestes cuerpo”. Habla Luzbel, y reconoce que “nadie escapa/ al oscuro poder”, que un día le fuera otorgado. “Con sus alas de plomo/ y su candor culpable,/ es uno de los míos”, afirma el poeta.
En su apasionada entrega a la poesía, Aureliano Cañadas, llega a preguntarse: “¿Por qué esta necesidad de escribir, cuando admito con ArnoldHauser que el precio de la poesía es la vida”? Pienso que todo poeta auténtico podría interrogarse de igual manera. Aureliano Cañadas lo es, y con este libro lo prueba “diamantinamente”.
José Félix Olalla (Madrid, 1956) es poeta veterano. Su primer libro, “Ciudad pasajera”, vio la luz en 1981. Con el transcurso de los años, su labor creativa ha sido constante hasta la publicación de su última entrega, “Los signos del pentagrama” (2010). Licenciado en Farmacia, preside desde 2003 la Asociación Española de Farmacéuticos de Letras y Artes (AEFLA).
Esta antología bilingüe que me ocupa, “I piedi del messagero” (Melino NerrellaEdizioni. Sicilia, 2012), había sido publicada ya en su versión original por la editorial Oriens (1991). Ahora, el reconocido traductor siciliano Sebastiano Burgaretta (Avola, 1946) la vierte en su idioma con agradecible esmero y experiencia, aunque advierte en su nota final: “Quién traduce poesía está forzosamente inducido con la intención de acabar siendo fiel al propio dictado personal, íntimamente y musicalmente creativo”.
I piedi del messageroes un libro religioso, de fe en principio quebrantable. El mensajero supone ser la llave de Cristo en la Tierra, la asunción del Dios humanado como reguero del Amor entre los hombres. Así lo refiere en “Natividad”: “Ladera abajo apresuraron el paso/ porque algo como un ángel/ les había avisado/ y esa fue la señal encontrada” Pero surge el escollo, la terca deslealtad de los nacidos o, por qué no, su espléndida cobardía. De esta guisa aparece, allá en el infinito la espalda de Yavé que se aleja como un pastor sin recentales, o, acá abajo, levanta su figura “El hijo de Timeo” arrepentido.
Como bien apunta EloDistefano en su presentación, con este poemario, José Félix Olalla “inicia el viaje-prueba, el momento en el que el corazón se abre al misterio que fuerza la perfección del ser humano”.