En la colección “Libros para soñar”, de Kalandraka, Rafael Ordóñez acaba de publicar “Elefante, un guisante”, en formato de 24´5 x 21´5 y encuadernada en cartoné. Kalandraka nos tiene acostumbrados a ediciones muy gratas, y esta no lo es menos, ya que al texto de Ordóñez lo acompaña una nutrida colección de ilustraciones del suizo Marc Taeger, realizadas con la técnica del linograbado, y cuyo esquematismo cromático pudiera rozar lo experimental, sin que ello, reste eficacia al propósito de dinamizar el relato, antes bien, aporta a cada página originalidad, rasgos de una insólita ligereza. Taeger es un experto ilustrador y diseñador, reconocido en España y fuera de ella, pues exposiciones de su obra se han llevado a cabo, con éxito, en Alemania, Francia, Luxemburgo o Costa Rica, y aun en China.
Quien hasta aquí me haya seguido, podrá decir que me he salido del guión habitual, esto es, comenzar hablando del dibujante y no del autor del texto; pero entiendo que, en libros de esta índole, recomendados para niños a partir de los cinco años, tanto monta uno como otro.
Y aquí llega su turno, que en ningún caso -dicho queda- apunta a lo secundario. Ordóñez, palentino del 64, que cursó Magisterio, es uno de los fundadores del grupo “Cháchara CuentaCuentos” (1995) y en 2001 recibió el Premio Jaén de Literatura Infantil y Juvenil. “Elefante, un guisante”, según anticipa la nota editorial, “es un relato humorístico de estructura acumulativa y repetitiva, que establece un divertido juego de palabras rimadas, por lo que resulta especialmente indicado para ser contado a primeros lectores”. Lo que ocurre es que esos “primeros lectores” del siglo XXI, resultan particularmente avispados.
Seguí el consejo de los editores. Y comencé a leer el cuento a dos representantes de dicha generación: “En la inmensa sabana, el león duerme, el león ronca, el león sueña. Sueña el león con un melocotón. El león se despierta con la boca abierta y se acuerda del melocotón, jugoso, sabroso, delicioso”. Aquí fui interrumpido por uno de los oyentes: “¿Pero los leones comen melocotones?”.
Les expliqué que se trataba de animales vegetarianos -o frutícolas- pues, a continuación, la pantera anhelaba una pera, la gacela una ciruela, la gallina una mandarina, la rana una manzana… y el elefante, un guisante. Este grandullón, que da título al cuento, acabará siendo su aprovechado protagonista, pues se comerá la frutería entera del señor mono, incluidos los dos (no uno) últimos guisantes que le quedaban, para desesperación de esa fauna caminera, caprichosa y hambrienta. “Debajo de una palmera, allí está el elefante, tan campante”. Y punto.
Debo añadir que, solventadas sus dudas iniciales, los dos oyentes quedaron encantados con el cuento. Por detrás de sus cabezas, vi pasar, sonriendo, la sombra del Gloria Fuertes. Pero no se lo dije.