La cosa está al caer”. “Es seguro”. “Ya está decidido”. Los comentaristas no paran. Los mentideros insisten en la veracidad de lo que viene. Cuanto más próximos a la fuente de la posible noticia son los escribidores, más insisten. Todo parece preparado para la ruptura y ¡A votar! Pero por mucho que el cántaro está yendo a la fuente, no termina de romperse. Mejor que no se rompa, porque el cántaro puede tener, en lugar de agua fresca, hiel. En ese caso, se habrá hecho un pan con unas tortas.
Todos insisten en que habrá elecciones anticipadas en Andalucía. Son los tambores cercanos que resuenan en nuestros oídos desde hace algún tiempo.
Todos dan por tomada la decisión final. Sólo falta revestir de los adornos precisos una decisión de esa trascendencia. Hacer el envoltorio. Pero la decisión tiene sus requisitos, debe comunicarse a los electores y ha de estar cargada de razones inteligibles para la ciudadanía. Las motivaciones todavía no se han verbalizado, salvo la de la dificultad de presentar unos presupuestos consensuados.
Naturalmente que las elecciones anticipadas no son ningún sacrilegio. Si el que gobierna no puede gobernar de ninguna manera, si los acuerdos para seguir adelante en la tarea de gobierno no son posibles en modo alguno, si se perdieran por la coalición PSOE-IU, una tras otra, las votaciones en el Parlamento de Andalucía, es evidente que habría que disolver y convocar al pueblo andaluz para que conforme un nuevo parlamento que permita la gobernabilidad de la comunidad autónoma.
Pero nada de esto se ha producido y lo que no es tolerable es que un responsable político procure inducir a que se produzca. La responsabilidad obliga a lo contrario. Hacer lo posible por gobernar, nunca a cualquier precio, pero intentarlo. Nada de lo dicho anteriormente tiene más fundamento que la lógica a la que obliga la política democrática: Buscar el bien común, anteponer los intereses generales a los particulares, dar explicaciones hasta la extenuación,…gobernar es solucionar problemas, no crearlos.
Escribe espléndidamente Weber que no hay más que dos pecados mortales en el terreno de la política: la ausencia de finalidades objetivas y la falta de responsabilidad. Así que, en los terrenos resbaladizos de tentar la voluntad popular, la objetividad y la responsabilidad obligan a andar con mesura antes que con arranques de ira, soberbia o de cálculos interesados y precocinados. El futuro está más abierto de lo que se cree, avisó Popper.