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Diagonal y rosa

Ayer le nació a esta ciudad la semana más prodigiosa de la que su alma colectiva, su sensibilidad estética y su sabiduría popular han sido capaces de construir a lo largo de los siglos...

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Ayer le nació a esta ciudad la semana más prodigiosa de la que su alma colectiva, su sensibilidad estética y su sabiduría popular han sido capaces de construir a lo largo de los siglos. Ayer nos nació a todos en las manos, esas que siempre estrenamos el Domingo de Ramos para que nos lleven los nuestros vivos y muertos y llevarlos a ellos, una rosa que extasía e hiere; una rosa que, contradiciendo el mandato del inmenso poeta moguereño, ha sido tocada y manoseada hasta desfigurarla de tal manera que ya cuesta reconocer la hermosa flor que fue. Ayer esta ciudad dio a luz lo poco de lo mejor que le va quedando, parió una fiesta a la que aún seguimos unidos por el cordón umbilical del recuerdo y por algunas gotas, cada vez más escasas, de emoción auténtica. Ayer nos alumbró de nuevo porque nos regresó a la única patria que reconocemos, la niñez, y a la única cuna que a la vez será sepultura, la luz.

Ayer la ciudad reventó las cadenas que la aprisionan y despreció a los carceleros que pretenden encerrarla en esta fiesta que han reducido como jíbaros en beneficio propio. Ayer gritó con furia de hermosura que ella no solo es esta fiesta, pero sí es más ella que nunca en la Semana Santa.

De su mano -siempre las manos- hemos accedido al recinto más sagrado, por afectar a lo más íntimo de cada uno de nosotros; a la estancia más aterradora, por interpelar a las dudas más angustiosas del ser humano; al templo más tibio, por hacernos intuir la existencia de la esperanza aún en el dolor y la pérdida. Estamos en una casa de todos, abierta a todos, construida de todos, donde nadie es más que nadie, en la que cada cual busca, como puede, lo que necesita. Y esa es su riqueza, porque quien busca es que ya halló.


Ayer nos resucitó la ciudad que no es más que una entelequia, una idea inapresable; ayer resucitamos individual y colectivamente gracias a una fiesta sustentada en las líneas, tantas y tan variadas como almas la viven. Líneas que tejen una red tan tupida y con tantos niveles que hacen inabarcable la explicación unívoca de esta fiesta, sirviendo de tapabocas a quienes pretenden definirla de una sola forma, la suya, exclusiva y excluyente. Es la gran red en 5D: comprende las dimensiones de anchura, largura, altura, tiempo y trascendencia; su vigorosa trama entreteje a los muertos con los vivos, y a estos con los que nacerán.

Ayer iniciamos un doctorado en vectores y líneas, un curso intensivo –no por corto, sino por la intensidad de conceptos y emociones que viviremos- para conocer su significado radical y aplicable más allá de la fiesta. Esta sabiduría espontánea y sensual se nos ofrece gratis y bellamente por las calles desde ayer. Aprenderemos que la dignidad es una línea vertical, un vector que apunta hacia arriba, y que la tiranía también es vertical pero en sentido contrario. Las horizontales nos darán su lección popular, enseñándonos que la solidaridad y la compasión son cuestiones de horizontalidad, igual que la comunicación y el diálogo, incluso entre la representación y el pueblo que se involucra para vivirla como suya. Las diagonales impartirán su dura asignatura, que nos muestra que entre el caído -horizontal- y el erguido y salvado -vertical-, entre la indignidad y la dignidad, aparece una voluntad en forma de vector que lucha por dejar de estar para ser, un impulso monumental para levantarse y que en esta fiesta llamamos Esperanza. ¿Qué viaja si no en esas miradas entre el pueblo y las imágenes que lo conmueven? ¿Qué se desliza si no en esas maromas diagonales entre sus ojos y los nuestros? ¿Qué se impulsa si no en esa rotunda y dulce diagonal a la que llamamos Gran Poder? ¿De qué si no está hecha esa médula que lo recorre desde su talón derecho hasta el extremo de sus potencias? Esta teología de los vectores y las líneas que comenzó a escribirse ayer sobre la piel de la ciudad se cifre en esa diagonal que persigue la esperanza, y a la que basta llamar el Señor. 

De esto, y de los hondones del alma humana, está loca por hablarnos la ciudad desde ayer. Abramos sin miedo los oídos del espíritu a su voz, solo así quedará alguna esperanza de recuperar la rosa de nuestra infancia, aquella que olía a vectores diagonales.

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