Encontraron una entrada taponada por bloques de mediano tamaño. Para no perder la costumbre comenzaron a retirar los bloques y por fortuna no tuvieron que emplear otros medios que los manuales. Finalmente consiguieron dejar libre una pequeña grieta que se adentraba en la roca, pequeña pero suficiente para que esta gente acostumbrada a estos pasos pudiese penetrar por ella. Tras colocarse el mínimo equipo para explorar, casco con iluminación, uno tras otro se metieron por allí. Conforme avanzaban se dieron cuenta de que no se trataba de una cueva más de las habituales por la Subbética. Aquí no había entrado nadie hasta que ellos lo hicieron. Además, presentaba unas formaciones espectaculares y poco usuales por esta zona. Todo estaba cubierto de estalactitas, estalagmitas, columnas, gours, banderas… Y todo limpio, inmaculado…
Pero la exploración debía parar, ya se estaba arriesgando más de lo que es lógico. La prudencia imponía el regreso. Más tarde vendrían más salidas a lo largo de las cuales la cueva mostraría sus dimensiones y todas las formaciones que contiene, guardadas durante miles de años, hasta que José Manuel entrara por primera vez.
José Manuel va a ser padre y, en un gesto que en el G40 ya empieza a ser tradición, como descubridor decidió bautizar a la nueva cueva con el nombre que pondrán a su hijo. A partir de ahora será cueva David.
Los espeleólogos del G40 afirman que las formaciones que presenta la cueva son de tal calidad que cabría plantearse su apertura al público. No quizá como en otros casos, con costosísimas instalaciones. Ellos lo plantean más en consonancia con lo que se está viniendo en llamar desarrollo y turismo sostenible.
Ahora es momento para que la administración competente se pronuncie al respecto y haga todo lo necesario si lo estima conveniente.
Los espeleólogos están haciendo lo que saben: explorar, fotografiar, topografiar, estudiar… lo demás ya corresponde a otros.