En algunos casos se ha construido -o simplemente pintado- sobre el acerado, lo suficientemente ancho como para permitirse el lujo de acoger a este medio de transporte, aunque también es cierto que en otros tramos ha sido necesario -denunciado por los vecinos hasta la saciedad- arrancar árboles para que el carril bici se pudiera poner aunque fuera con calzador.
No faltan trozos en los que los damnificados son los aparcamientos, a la espera de poder atravesar a la otra acera a través del paso de cebra más cercano y cuya anchura permite que el carril discurra con normalidad.
En algunos lugares, la solución ha sido de lo más salomónica, dándose el caso de la calle Rafael Alberti, donde en dos escasos metros se encuentra el carril bici, la acera y los árboles, lo que se repite en zonas de Constitución donde la acera está cortada por los alcorques o existen tramos que terminan en un soberano escalón, mientras que al atravesar la calle se repite el obstáculo para mayor sufrimiento de las llantas y alegría contenida de Ruceco y otros establecimientos del ramo.
De todas formas y a ese voto de confianza, hay que añadir la necesidad urgente de redactar una ordenanza municipal para dejar claro quién tiene la preferencia en cada momento y situación, algo que han hecho ya otras ciudades que se han visto con problemas de todo tipo por los atropellos y lo que se forma después de un atropello, que suele ser peor que el accidente en sí.