Hace dos años, los responsables del Índice de Copenhague, que clasifica a las ciudades más amigables con la bicicleta, avisaron: “Sevilla sigue siendo interesante, pero por dormirse en los laureles perderá el importante empuje y el mundo va a buscar inspiración en otros lugares”. Tanto se ha dormido la ciudad en este sentido que ha retrocedido tras el vigésimo puesto en la considerada biblia mundial de la bicicleta, donde entró de manera fulgurante en el año 2013, directamente al cuarto puesto, sólo por detrás de las muy ciclistas de toda la vida Amsterdam, Copenhague y Utrecht.
Las causas de que Sevilla haya devenido en una estrella ciclista fugaz radican en el incumplimiento de todo aquello que el alcalde dijo que había que hacer cuando el año pasado presentó el nuevo Programa de la Bicicleta. Para lograr el objetivo de que el 15% de los desplazamientos se hagan en este ecológico medio de transporte había que mejorar y expandir la red de carriles-bici, fomentar la intermodalidad entre la bicicleta y el transporte público y crear más aparcamientos seguros para los vehículos de dos ruedas en comunidades de vecinos, empresas, colegios y centros comerciales. El diagnóstico estaba claro pero la receta no se ha aplicado. Sevilla se ha dormido y, como el camarón, se la ha llevado la corriente más allá de Copenhague. Ahora hay que pedalear a destajo para coger el camino de vuelta.