Para hacerse joya, el diamante más preciado, puro y valioso, precisa de la mano del hombre, para adquirir relieves de belleza. La poesía que es verdaderamente opulenta en alhajas, tiene en la decima espinela una de sus mejores perlas, que algunos poetas han engarzado con encanto especial a la historia de la vida. Fray Luis de León la hizo genial: “Aquí la envidia y mentira/me tuvieron encerrado/dichoso el humilde estado/del sabio que se retira/de aqueste mundo malvado/y con pobre mesa y casa/en el campo deleitoso/con solo Dios se acompasa/y a solas su vida pasa/ni envidiado, ni envidioso”. Modelo de escarnio que el subsanó con la frase: “Decíamos ayer...”
Pueblos y ciudades presumen de sus joyas arquitectónicas. Los templos cristianos - Iglesias y Catedrales - están entre los elegidos. En ellos hemos recluido a Cristo, sus dogmas y su cruz, porque cada vez le dejan menos lugar en los demás espacios cerrados y menos aún en los abiertos. El que fue testigo de todos nuestros actos, ahora un apisonador progresismo político intenta negarle un lugar fuera de su recinto.
La aconfesionalidad se hace dueña del espacio de la vida de relación. El amor a la patria se desvanece. Resentimiento y odio, adquieren carácter de "influencer". La valía personal cada vez se mide más por lo que es capaz de consumir, de contribuir con sus impuestos o de designar con su voto. Sobresalir, como clavo en la madera, expone al golpe del martillo.
No hay que entristecerse. No es todo así, ni mucho menos. Pero el ciudadano normal, alejado del ajetreo político que nos invade, que nos enfrenta y que lleva la controversia hasta el intangible núcleo familiar, no comprende cómo pueden suceder hechos tan contradictorios. Estamos ante una pandemia en la que las cifras de fallecidos son perturbadoras. Las de contagios y hospitalizaciones increíbles y se impone el confinamiento y la reducción a cuatro de las personas que pueden reunirse. Ni relación con hijos o nietos, ni posibilidad de acompañar en sus últimos momentos a los seres más queridos. Todo cambia si se han de realizar unas elecciones. El derecho al voto anula todas las demás circunstancias de los ciudadanos y se dispone de múltiples medios para llevarla a cabo y cabe pensar, ¿tan en peligro estaba la gobernabilidad de una comunidad autónoma, como para no poder prorrogarse la misma durante unos meses más, hasta que se viera luz en esta asfixiante pandemia?
Las “colas del hambre” comienzan a alargarse exponencialmente. El paro se extiende como un “gas innoble”. Las empresas caen con un ritmo que recuerda el efecto dominó. En medio de todo este complejo circunstancial, en el Senado o Cámara Alta, la comisión de Justicia aprueba una moción, en la que se insta al gobierno a reformar el Código Penal para eliminar el delito de blasfemia y las penas que lleva consigo. En España muy dada últimamente a los eufemismos la palabra blasfemia fue sustituida por escarnio. Su definición merece recordarla: Burla cruel cuya finalidad es humillar o despreciar a alguien. Supone ofensa a la dignidad humana, además de perturbación del orden social. El artículo 525 del Código Penal contempla el delito de escarnio. Es verdad que en algunos países no es delito el escarnio, pero leyendo su definición se hace difícil concordarlo con que es “una forma de libertad de expresión”, pero así lo ha considerado el Consejo de Europa y el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos a través de dos sentencias en las que declaró que las religiones no son ajenas a las críticas, ya que la libertad de expresión incluye el derecho a difundir ideas que ofendan o molesten, y de nuevo cabe pensar, ¿en estos críticos momentos que vivimos, de verdad nos es preciso libertad para ejercer sin penalización, burla, humillación o desprecio a la dignidad de algo o alguien, alterando la solidaridad que ahora precisamos?
En la pared de la cárcel quedo grabada la joya que escribiera Fray Luis de León. No tenemos en la actualidad gema comparable. Es tiempo de bisutería, porque en la población predomina la idea de que llevar alhajas alerta a los ladrones.