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La Gatera

Juan de Mesa

Ahora que el ambiente huérfano de la Semana Santa duele en el alma como una caricia de ortiga, en este umbral de un Viernes de Dolores mudo y ausente...

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  • El libro. -

Ahora que el ambiente huérfano de la Semana Santa duele en el alma como una caricia de ortiga, en este umbral de un Viernes de Dolores mudo y ausente me he refugiado en la lectura del bellísimo libro que acaba de publicar el escritor Luis Miranda sobre la figura de Juan de Mesa, llamado justo así, Juan de Mesa, pero con un hermoso subtítulo, La caza del aliento, que una vez que terminas de leerlo, entiendes perfectamente el guiño.


Digo que me he refugiado en sus páginas porque la lectura de este libro es casi una experiencia espiritual, bellísima, terapéutica. A pesar de la extensión de la obra, te sabe a poco, a muy poco.


De Juan de Mesa casi no sabemos nada. Tengo todavía en mi biblioteca libros donde se atribuye la hechura del Señor del Gran Poder a su maestro, Martínez Montañés, lo que nos da una idea de lo desconocido del personaje. Por ello el autor ha hecho una búsqueda de la huella del imaginero a través de sus obras, de los que están cerca de ellas, y sobre todo de una profunda investigación. Y ha conseguido un libro redondo, rotundo, argumentado, y cercano, tan cercano que el lector casi podríamos decir que puede escuchar como la gubia rasca la madera.


Juan de Mesa encarnó en una vida tan corta como intensa el mandato evangélico de la consecuencia entre las palabras y los hechos: «Por sus frutos los conoceréis». Con menos de una década de trabajo colosal, adentró la representación de la pasión y muerte de Cristo en unos caminos en los que el dolor y el dramatismo nunca desbordaron el vaso del equilibrio y de la unción sagrada.


Su impacto en las cofradías fue perdurable y su huella nunca se ha perdido, pero mientras sus imágenes reunían la devoción de los sencillos y la admiración de quienes conocían el arte, su nombre y su perfil permanecieron sepultados, como he dicho antes, casi tres siglos por la fama de su maestro, Juan Martínez Montañés. Sin embargo, después de adentrarme, a través de la investigación del autor, en los entresijos íntimos del imaginero, tengo la sensación de que le hemos devuelto la luz que durante tanto tiempo se le negó.

 

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