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Una feminista en la cocina

Fusilamiento alternativo

Con el tiempo nos hemos perfeccionado, ahora cazamos gente que nos parecen verdugos. Nos los adoban con anzuelos muy sabrosos para separarnos de la compasión,

Publicado: 12/05/2021 ·
08:31
· Actualizado: 19/05/2021 · 10:29
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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En Carolina del Sur ya se puede elegir entre inyección letal, silla eléctrica o fusilamiento. Yujuuuu!!!!No hay nada como ir hacia adelante en el progreso. Al igual que ellos, nosotros podemos elegir a quién odiamos cada semana, a quién despellejamos y atizamos como pavo de Navidad solo con pulsar el receptor de una determinada cadena televisiva. La causa es el dinero. Los protagonistas dispares. Una vez fueron –incluso-niñas torturadas aún no se sabe bien por quién. Escarnecidas en su inocencia, por la mala suerte y por la fatiguita de verlas plegadas a una audiencia que lloraba en la comodidad de sus casas, la desdicha ajena. Con el tiempo nos hemos perfeccionado, ahora cazamos gente que nos parecen verdugos. Nos los adoban con anzuelos muy sabrosos para separarnos de la compasión, la empatía o la vergüenza más liviana.

La cordura o la sensibilidad dejan paso al hincar de dedos en pupila televisiva, al odio más contumaz y al debate en redes donde por muy poco te linchan y velan tus restos. No se puede disentir porque el ir en contrasentido está penado y eres ejecutado sin la menor dilación.  Todo se ha dramatizado, todo se tiene por cierto, hasta ese magnate que nos quiere hacer herederos universales de toda su fortuna para lo que nos pide (ya ven qué minucia) le demos la clave de nuestros ahorros. Nos hemos allanado a la desidia, al mal humor, al fatalismo y las epopeyas cotidianas. Nos adaptamos a las penosas condiciones de trabajo, a la mala follá de nuestra pareja, al debate encarecido, para venirnos arriba cargaditos de rabia- como protagonista de apocalipsis que se precie -en cuanto olemos alguien aún más desgraciado que nosotros. Todo se ve con desmesura, con sed de justicia donde nunca habitó un Juez ni nada que se le parezca, pasando de no tener estudios y comernos las parras a ser expertos en Justicia Internacional y más diestros que Chicote. Todo rey tiene una peana de madera y una cara de escayola en esta democracia de Carolina del Sur.  Pero no. No me gustan las docuseries, ni los realitys aunque entiendo que haya gente que los necesite igual que el lorazepam. Más definitivamente , con lo que ya no comulgo es con la rabia contenida , el ardor vaginal y las sequedades varias de todos aquellos que van a la llaga a hurgar haciéndonos ver los gusanos, comiéndoselos ante cámara solo para rescatar el botín de los euros, esos que son tan efímeros como los hicieron los griegos.                                                                                                                              

Pena de muerte.

Fíjense en ellos , en los pobres griegos y en lo que han quedado para la posteridad como tierra de estatuas de un pasado esplendoroso, refugio de mochileros ascetas y maletillas espontáneos que no es ni más ni menos que como nosotros mismos nos vemos, por mucho que digan que en Cádiz se espera el retorno de los cruceros. Ay, qué infelices somos y cuánto disfrutamos viendo la paja en el ojo ajeno, en vez de echar mano al satisfyer y hacernos una vuelta al mundo sin mando televisivo. Porque las penas se machacan en casa y a los muertos se les vela en los entierros. No es gracioso el sacar las defecaciones a paseo, ni decir que tu hijo te ha agredido porque sé de amigas mías que lucharon con órdenes de alejamiento, de las de verdad porque habían caído en la droga los que más querían y aun así pelearon con uñas y dientes por ellos. Todo es salvable si se tiene un corazón en el pecho, pero el vil metal es lo que lleva consigo…mucho degüello.

Qué no olvidemos que en las guerras griegas se mataba a destajo, dándole a elegir al oponente si quería que lo matase Leónidas o uno más feo de los de su hueste. Si me dan esa  elección final, prefiero morir de vieja sin grandes aspavientos, a ser posible con la cabeza en su sitio y el esqueleto aguantando los embates del viento, pero ya saben que esto no es decisión del interesado como no lo es el color de ojos, ni la identidad sexual por mucho que no les entre en la cabeza a algunos.

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